Manuel Coma
Migración y tragedia
Hay quien emigra por espíritu de aventura o porque no está contento con lo que lo rodea. Aunque las cosas no lleguen al pico de tragedia que hemos contemplado recientemente, el impulso de romper con las propias raíces es en sí mismo un drama. Se trata de falta de perspectivas o de pura miseria o de la plaga del terror y la guerra. Muchos cientos de millones de personas inundarían el mundo rico, por muy en crisis que se encuentre, si les pusieran las cosas fáciles, y muchos cientos de miles lo hacen, a pesar de inmensos riesgos y dificultades, demostrando, entre otras muchas cosas, lo porosas que pueden ser las fronteras a pesar de los denodados esfuerzos para hacerlas herméticas.
El camino que conduce a lejanos paraísos está erizado de explotación, sacrificio, dolor y muerte. Se pueden contar los cientos que perecen en un naufragio, pero no los miles que se han quedado por el camino y sus indecibles sufrimientos. La tragedia sólo es noticia cuando es próxima y se evalúa en cientos. La del domingo 19, la peor, pero los casos individuales son mucho más numerosos y los que más contribuyen a convertir el Mediterráneo en una gran fosa.
En Estados Unidos hay doce millones de inmigrantes ilegales y muchos millones legalizados, pero no hay nada tan peligroso en el mundo como el cruce del Mediterráneo, sobre todo en su tramo central, entre Libia e Italia, o más precisamente, la pequeña isla de Lampedusa, más cerca de Túnez que de Sicilia. A las viejas motivaciones económicas se unen ahora los trastornos de la política o los desastres de la guerra en Oriente Medio y varios puntos de África, de Centro a Norte y del Atlántico al Índico. Libia es el epicentro. Ya no es un estado fracasado, sino un país sin estado, un arsenal que exporta armas sobrantes de su guerra en 2011 y la guarida de toda clase de mafias y de terrorismos yihadistas. En el pasado año, la UE registró 626.000 solicitudes de asilo. Entran también por Turquía y los Balcanes. El mapa de las rutas que siguen es una tupida red que cubre toda la mitad norte de África y más de la mitad occidental de Oriente Medio. Sirios, en cuyo país más del cincuenta por ciento han tenido que abandonar sus casas, iraquíes, eritreos, somalíes, sudaneses meridionales, centroafricanos se han sumado a otras fuentes más tradicionales y económicas, aunque las motivaciones suelen ser inextricables.
La conmoción europea actual reproduce punto por punto la que tuvo lugar, procedente de la misma área marítima, en octubre de 2013 y lo que ha venido sucediendo desde entonces. En aquella ocasión, un incendio en la vetusta embarcación que los transportaba lanzó a 500 al mar, la mayoría somalíes y eritreos, de los que más de dos tercios se ahogaron. Unos días después fueron 250, de los que pereció la quinta parte. El 9 de febrero de este año, 330 perdieron la vida de un total de 400. La Unión Europea no ha parado de reunirse y tomar acuerdos de escasísima eficacia. Ahora va a incrementar los magros recursos dedicados a la protección de las costas y el rescate y acogida de los náufragos. La insensible insolidaridad con los países de acogida, los ribereños, en especial Italia, parece que se dulcificará un poco, con algunas cuotas de admisión. Los que sueñan con atajar las causas del mal, económicas o políticas, en los países de origen, se evaden de la realidad por la más desbocada de las utopías.
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