César Lumbreras
Misa del Gallo
Recuerdo que, en mi infancia, los actos centrales de tal día como hoy eran la cena de Nochebuena, por supuesto, y, a continuación, acudir a la Misa del Gallo en la iglesia del pueblo. Los cambios en las formas de vida han hecho que, en la mayor parte de los casos, la fiesta se haya reducido a la cena, que ha cobrado más protagonismo, mientras que la celebración religiosa ha pasado a un segundo o tercer plano, en el mejor de los casos. En el peor, ya hay muchos pueblos en los que no se oficia la Misa del Gallo, por la simple razón de que no hay suficientes curas y, por mucho que se multipliquen, no dan abasto. Recuerdo que dejábamos la casa y la mesa camilla donde habíamos cenado, con el brasero debajo y la estufa de gas o la lumbre baja a un lado, y acudíamos a la iglesia, bien abrigados eso sí, porque hacía «un frío que pelaba» para escuchar la Misa del Gallo y luego cantar unos villancicos ante el Nacimiento instalado allí. Después de todo lo anterior llegaba el momento de expansión, recorriendo las calles y parando en la casa de unos y otros para tomar dulces, turrones y algo más, dependiendo de la edad.
Recuerdo que, al día siguiente, ya Navidad, volvíamos a la iglesia a pasar un rato de frío mientras se oficiaba la misa. Al acabar, nos acercábamos hasta el altar mayor, donde estaba el sacerdote con una imagen de Jesús a la que había que besar con devoción: era la adoración del Niño y el momento de que nuestras madres pasasen revista para ver quién había acudido y quién no. No ocultaré que algunos entraban al final, sólo para ir a adorar al Niño y hacer acto de presencia cumpliendo con el ritual. Recuerdo también que al día siguiente, el segundo de Pascua, se trabajaba solo por la mañana y se hacía fiesta desde la hora de comer, salvo el que tuviese animales, que ésos no entienden de fiestas. Casi igual que ahora. ¡Feliz Nochebuena y Navidad, aunque sea diferente!
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