Alfonso Ussía

Moratones

La Razón
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Dicen cosas de cuando en cuando los cardenales, que en lugar de cardenales habría que llamarlos «moratones». El Moratón Arzobispo de Barcelona, que no es un moratón del montón sino la referencia espiritual, moral y pastoral de Cataluña ha manifestado que «Jordi Pujol ha sido un referente para Cataluña y un referente también de honestidad». Su Eminencia el cardenal arzobispo, después de emitir tan sorprendente sentencia, se retiró a orar a sus aposentos privados.

Monseñor Lluis Martínez Sistach tiene un aspecto y expresión de bonhomía. Es nacionalista, pero jamás ha protagonizado agresiones contra los que no lo son como acostumbraba llevar a cabo al Obispo Emérito Uno de San Sebastián, monseñor José María Setién. Hay otro Obispo Emérito, el dos, en San Sebastián, monseñor Uriarte Goricelaya, del que también se pueden recordar nefastas palabras y peores comportamientos. Monseñor Martínez Sistach es nacionalista porque tiene todo el derecho a serlo, pero ha sido el arzobispo de todos los barceloneses que han elegido con libertad desde su fe y sus conciencias respetar y tener en lugar preminente a su arzobispo.

Entiendo que el trato cercano y prolongado abre las puertas del afecto. De Pujol se puede decir, sin caer en la falsedad, que ha sido un referente para Cataluña. Pero no que ha sido también un referente de honestidad. Los encuentros institucionales y personales del señor cardenal arzobispo y el antaño Muy Honorable Jordi Pujol han impulsado entre ellos, lo que el poeta noruego Jan Ilrem definió como «dos poderosos ríos que se unen para celebrar el retorno a casa de los salmones». La verdad es que el verso elegido de Jan Ilrem para justificar la amistad de monseñor Martínez Sistach y Jordi Pujol no está nada logrado. Se trata de una imagen absurda que no viene a cuento. En la próxima ocasión estaré más acertado.

A Pujol, ni en sus mejores años, jamás se le ha dibujado ante un paisaje de honestidad, y menos aún en Cataluña, donde su familia se ocupaba con admirable dedicación y provecho a la ventaja comisionista desde el paternal amparo. También en el resto de España se intuían o sabían sus andanzas, pero por aquello de la conveniencia y los pactos de gobernación, se miraba hacia otro lado. De nacionalista más o menos leal con la Constitución –aparentemente–, Pujol saltó hacia el independentismo a ultranza, arrastrando tras él, con aldeano ímpetu, a sus antiguos e íntimos colaboradores como Artur Mas y compañía. No fue Pujol iluminado repentinamente por el independentismo. Su cambio fue consecuencia de una meditada fuga hacia el imposible para salvar su ingente fortuna y no verse obligado a dar explicaciones a nadie. Pero si el señor cardenal arzobispo de Barcelona mantiene firme su opinión respecto a la decencia de los Pujol, bueno sería que visitara los diferentes juzgados donde se acumulan las pruebas judiciales con él, su mujer y sus hijos, que han actuado durante décadas como una banda extorsionista y comisionista perfectamente orquestada. Orquestada con su entorno, con sus compañeros de Gobierno, con los empresarios colaboradores, con los bancos receptores de sus ganancias, y con un callado y manso sector de la sociedad que prefería pagar para mantener sus privilegios en la cercanía del poder. Y a eso se le puede llamar de muy diferentes maneras, pero no honestidad.

Otra cosa es que fuera generoso con el Arzobispado de Barcelona. Pero esa generosidad tampoco forma parte de la honestidad, sino de la interesada apariencia, del disfraz devoto, del fariseísmo farsante de los cristianos débiles.

Más que de cardenal, palabra de moratón.