Literatura

Muerte a la cultura

En Barcelona se imparten conferencias en los tanatorios dentro de un ciclo titulado «Letras en el cementerio». Puede ser premonitorio, pero no hay nada de ironía en el mensaje. El objetivo es que los camposantos no sean lugares solitarios al margen de la ciudad, ni reservados para taciturnos poetas o cosas peores. Parece que la cultura nos persigue a todas partes, incluso a los lugares en los que ya no sirve para nada, como un fantasma dispuesto a protegernos de la vida sin aditivos y su funesto desprecio por la lírica. La cultura, aunque no lo parezca, es un invento relativamente moderno (antes, sólo había poesía, literatura, música, arte, cine...), por lo que puede llegar a ser nefasto en su desproporcionada implantación en todos los rincones en los que el hombre se despliega. Hablar de «cultura de la pobreza» es como hablar de «cultura de la muerte». Por lo visto, en Canarias hay muchos pacientes de avanzada edad ingresados en hospitales que, a pesar de haber recuperado la salud, se quedan en su habitaciones porque nadie viene a recogerlos. El presidente de esta comunidad ha dicho que ese olvido se debe a una «cuestión cultural». La cultura siempre es una excepción y exime del delito. Un líder vecinal de Gamonal, Burgos, ha explicado que el conflicto que ha vivido el barrio tenía que ver con su «cultura de aparcamiento» de coches. La cultura sólo tiene que validarse entre los individuos que la practican y no exige un canon, ni de belleza ni ético. Si definimos cultura como el conjunto de habilidades que los individuos de una sociedad cultivan para hacer la vida más soportable, no queda más remedio que aceptar que tanto en los casos de Canarias como en el de Burgos se trata de una cultura miserable o simplemente de supervivencia. En definitiva, vivimos dentro de una «burbuja cultural». Es decir, en la cultura de la nada.