Alfredo Semprún
Mújica abre un estanco de «maría»
Uruguay va camino de legalizar la producción, la distribución y la venta de la marihuana. El Gobierno del viejo guerrillero Mújica pretende en su ingenuidad, ya que cualquier otra consideración nos llevaría a un juicio de intenciones, convertirse en el monopolista del negocio, estancando la droga. Un decreto ley fijará los precios y las cantidades a vender, mediante una especie de cartilla de racionamiento, como si fuera papel higiénico venezolano. Afirman los promotores del invento que así se acabará con el narcotráfico. Sin entrar en cuestiones médicas o morales, los vecinos de Andorra, La Línea o Barajas, por citar los más veteranos en asuntos de contrabando, deben estar partiéndose de risa. Porque todo el proyecto parte de un error. Pretende el Gobierno uruguayo colocar el gramo de «maría» a 4 dólares, que es el precio actual en el mercado negro. Un precio que está condicionado, precisamente, por la ilegalidad del producto. Por los gastos añadidos en sobornos, vigilancia de almacenes, comisiones, provisión de pérdidas por aprehensiones y protección de redes de distribución frente a competidores de gatillo fácil. Mucho nos tememos que el estanco de Mújica va a tener que competir a la baja con la inevitable competencia de unas redes asentadas y con sucursales en toda Suramérica. Precios intervenidos, impuestos y racionamiento, nada que no se haya intentado antes con un éxito completamente descriptible. Días felices para los narcos que, al menos en Uruguay, han visto cómo fructificaban sus multimillonarias campañas de insidiosa propaganda. «Total, repiten machaconamente, drogas, tabaco y alcohol son iguales». Y luego está la ideología para blanquearlo todo. Lo siguiente, la cocaína, no lo duden. Ya hubo un tipo en Colombia, Carlos Leder, que preconizaba la legalización de la coca como un arma contra el imperialismo gringo y daba mítines electorales. No coló entonces, pero tiempo al tiempo. Asistimos al primer caso público y oficial de desistimiento de la prevención de la salud pública, con evidente riesgo de contagio. No hay más que observar los movimientos abolicionistas en Bolivia, también con apoyo oficial. Al final, todo parte de la banalización del consumo de unas drogas etiquetadas como «blandas» por la única razón del plazo, largo, en el que se revelan sus efectos nocivos. Se argumenta que hay cien mil consumidores de marihuana en Uruguay, que es un país de tres millones y medio de habitantes, aunque, hasta ahora, no ha sido posible contrastar esa supuesta estadística. Haría bien la sociedad uruguaya en preguntarse por las razones íntimas de tan enorme consumo. Si no están ante una evasión generalizada de la realidad, que no se arregla con la simple legalización del instrumento de huida.
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