Francisco Nieva

Música española

A quien le gusta la música, le gusta y degusta toda la música. Es decir, que sabe descifrar su mensaje, a qué público o comunidad se dirige, desde los cantos gregorianos hasta «La violetera» del maestro Padilla. Por causa de mi hermano y otros amigos yo he vivido rodeado de música española de concierto. El piano no descansaba en mi casa. Ensayaba mi hermano, ensayaba mi abuela, ensayaba yo, ensayaba Manuel Carra... En la Radio de Franco sólo se escuchaban zarzuelas, de las buenas a las populacheras. En España la Zarzuela representa el «nacionalismo musical». Desde las sevillanas a la muñeira, la música me enseñaba sociología y geografía sentimental. Y a un nivel general, así es. Es como un túnel del tiempo. Sentimientos góticos, barrocos, urbanos y campesinos. La música española es un gran muestrario colorístico infinitamente variado. La música de vanguardia española me gusta mucho: Luis de Pablo, Tomás Marco, Bernaola... Que van más allá de la tradicional cuadratura y la tonalidad. Hay géneros que producen fanáticos y especialistas cerrados a toda otra sugerencia. Este no es mi caso. Yo admiro especialmente a Chapí, que el maestro Argenta difundió por el mundo.

Chapí fue el maestro de Falla y autor de memorables partituras, de una gran imaginación melódica y armónica, de un gran poder evocativo y nostálgico. Plasmó materialmente, con notas, el alma de Madrid. Los arrabales madrileños fueron su musa, y logró temas-enseña, temas de bandera y deliciosos tópicos populares, como el que da comienzo al preludio de «La revoltosa». Argenta lo daba de regalo al final de sus recitales, con el que sorprendía y cautivaba el ánimo de los auditores cosmopolitas. Fue de una fecundidad extraordinaria y parecía dispuesto a musicar un chiste baturro. Dominaba todos los géneros. Su zarzuela «La bruja» es todo un Singspiel a la alemana, con partes musicales y habladas, como era el original de la ópera «Carmen» de Bizet. Obra singular y poderosamente atractiva, que poco se representa, debido a su dificultad.

Para mi gusto, Chapí creó la Zarzuela más desafiante de populismo radical. Ésta se llama «Las bravías», con libreto de López Silva. Es todo un retrato de época, una radiografía ambiental de la chulería barriobajera, un grito racial.

Chapí fue tan fecundo que fundó la Sociedad de Autores y Editores, para defender sus derechos de gigantesco difusor de temas y de melodías que dejaron su huella en la memoria musical de los españoles. Y de los madrileños, aún más. Él ha sabido sugerir un Madrid crepuscular y romántico, como Goya en sus famosos tapices. Para mí, representa como nadie aquel «Nacionalismo musical», como Chopin representa a Polonia y Wagner a Germania.

Su imaginación melódica y armónica no tiene límites. Chapí nos ejercita en el turismo sentimental por toda la península, a lo largo de todo el siglo XIX, con la fuerza expresiva de un grabado de Goya. Yo puse en escena su discutido «Curro Vargas» y supe apreciar su riqueza orquestal, su salto a la modernidad de posteriores compositores. No tengo ambages en reconocerle como el alma máter de la música española, su enseña primordial.

«Curro Vargas» desató mi fantasía y llené el espacio escénico de redondas peanas románticas. Los intérpretes saltaban de unas en otras, como disfrazados de estatuillas costumbristas en terracota, tan populares a finales del siglo XIX. Modernizar una obra clásica no es ejercer un sistema comparativo con la actualidad, sino acertar en potenciar un clima histórico que nos haga viajeros en el tiempo, visitando la temporalidad del original. Puse mis cinco sentidos en hacerlo así. Y fue todo un homenaje al inenarrable Ruperto Chapí.

El crítico escénico de «El País» tituló su crítica «El zarzuelón». Era muy escasa su cultura y sensibilidad musical. Y a mucha honra, diría yo; pues ya premonizaba «La vida breve» de Falla, con la que se inauguró el presente Teatro Real, hoy templo votivo de la mejor música española.