Francisco Nieva

Narrativa musical

El narrador de «En busca del tiempo perdido» se muestra obsesionado por una «petite frase» musical en una de las composiciones de su apasionado amigo Reynaldo Hahn, el autor de «Ciboulette», famosa opereta francesa. Reynaldo Hahn era un músico muy dotado para extraer las emociones de lo popular, darles sugerente fuerza evocadora y sentimental.

Hay una narrativa musical, como una narrativa pictórica. Hay composiciones que equivalen a toda una novela. Las sinfonías de Bruckner son un buen ejemplo, llenas de acción y dinamismo emocional, experiencias de un determinado color o impacto psíquico que resucita lo olvidado. El narrador de «El tiempo perdido» se obsesiona buscándose a sí mismo, renovando la primera impresión determinante en su sensibilidad, tan complaciente y gratificante. Yo mismo lo he sentido así con otra «petite frase» de Turina en su «Sinfonía sevillana». Esta otra frase me seducía por su exaltación sevillanista. De esos hallazgos expresivos de alhambrismo descriptivo, la Andalucía sentimental, alegre y melancólica a la vez.

En la narrativa musical hay hallazgos expresivos de un alto valor universal, que pueden hacer sentir lo mismo a todos los habitantes de la tierra, para todos la misma tormenta. Por ejemplo, la obertura de «El buque fantasma» o «El holandés errante», de Richard Wagner. El mar del Norte, embravecido y románticamente tempestuoso, las arremetidas mortales del viento, los deslumbrantes relámpagos, el rayo que todo lo elimina... y, por el contrario, la paz idílica que transmite la Sinfonía Pastoral de Beethoven.

Gracias al ingenio narrativo de algunos compositores, como Debussy, sabemos cómo cantaban las sirenas en la lontananza oceánica, despertando la pasión de Ulises. Gracias a Ravel por darnos una imagen tópica de España en su reincidente Bolero. No hay gran músico sin ambiciones narrativas para transmitir sensaciones inefables. Es maravilloso sentir lo eslavo en «Las bodas», de Stravinsky, la belleza brutal de «La consagración de la primavera», el febril entusiasmo por su maestro Tchaikovsky, tan manifiesto en su composición «El beso del hada».

Hay grandes y famosas composiciones empeñadas en glosar relatos formales y ejemplares de la literatura real, sirvan de ejemplo «Pedro y el lobo» de Prokofiev, «Así hablaba Zaratustra», «Don Quijote», «Till Eulenspiegel», de Richard Strauss. Una concentrada impresión lírica de su lectura. Como en el desarrollo de la gran pintura histórica, hay grandes y ejemplares maestros. Así podemos hablar y especular sobre la literatura musical, que no es un género, sino la música misma.

Es muy de lamentar la poca música clásica que se vende y cómo se ha visto relegada en la enseñanza. Se deja muy atrás un conocimiento fundamental del hombre, un gran instrumento de mutua relación humanística. Así como estamos compuestos de un alto porcentaje de agua en nuestro organismo físico, también estamos compuestos de un alto porcentaje de música en nuestra totalidad espiritual. Todo pensamiento es resultado de un sentimiento. Dígamelo usted con música y todo lo comprenderé.

Son infinitas las conexiones sensoriales y sentimentales que suscita la música. El pensamiento musical y la emocional creatividad de la música es el más valioso regalo de la naturaleza de las Artes. Aunque existe la música pura, como un arabesco sin conexión con la Naturaleza. Existe Juan Sebastián Bach. Todo cabe en el infinito universo de la música.

Y me permito repetir aquí una anécdota bien curiosa: Cuando Frederic Nietzsche, fanático defensor de Wagner, escuchó por primera vez en un balneario de la Costa Azul la música de Chueca, vio claramente que un bien espiritual tan profundo como la música caben la broma, la ironía, la crítica, la estilización máxima de lo popular, de la música ambiental y urbana, la caricatura y la parodia festivas, los juegos de ingenio melódico y sorpresivo, que se distingue en toda la obra del músico popular español. Y, a propósito, me permito recordar el alto y tiránico conductismo cívico en los himnos y marchas religiosos y patrióticos. La famosa y exitosa marcha de la zarzuela «Cádiz», de este mismo maestro Chueca, sirvió de fondo a nuestro desastre colonial en la guerra con EE UU, dibujando un futuro de sangre y luto para la nación española. La risa de la calavera, de lo que se despide para no volver nunca jamás. La pimpante marcha de «Cádiz» fue como el sudario mortal de nuestra gran derrota cultural y anímica. Representa el gran agujero negro que nos engulló del panorama universal de las naciones influyentes. Nunca, como ahora, lo podemos lamentar más.