Alfonso Ussía

Ni el viento

Para mí, que los papeles comprometedores que dice tener el espía Snowden, no van más allá de los que amenazó publicar Javier de la Rosa, los de Amedo antaño y los de hogaño, Bárcenas. He leído con enorme atención el resumen que de su encuentro con Bárcenas ha publicado Pedro Jota, y he llegado a la conclusión de que también el brillante Director de «El Mundo», al final del texto, se entrega a la decepción. Chismes, dimes y diretes, pero ninguna prueba. Citas, restaurantes y despachos, pero escasa documentación. No creo en la inocencia y la ignorancia de algunos dirigentes del Partido Popular, pero intuyo que si Bárcenas guardara papeles comprometedores para sus futuros, en lugar de buscar la paciencia de Pedro Jota para su confesión, habría elegido la del juez Ruz en el Juzgado. No conozco a Bárcenas, y no puedo poner en duda su brillantez intelectual y su capacidad de enredo, pero no para engatusar a Pedro Jota. Se me antoja muy probable que Álvaro Lapuerta, el viejo tesorero de AP y el PP que transcurre por un pésimo trance de salud, se convertirá muy en breve en el nuevo Pedro Toledo, al que le cayeron todos los marrones y mamporros de Banco Bilbao-Vizcaya cuando falleció a consecuencia de su bronceada enfermedad motivada por el exceso de ferritina. Y tampoco me creo que Pedro Jota deje pasar por alto, con evidente desprecio, la explicación que Bárcenas le ofrece de sus dineros en Suiza. Fruto de transacciones y operaciones perfectamente legales. Al final, nada de nada, y una sospecha, hija de la experiencia personal. Si para tratar de un asunto de semejante gravedad, Javier Arenas y Luis Bárcenas se reúnen a comer en el restaurante «Oriza» de Sevilla, es que tanto uno como el otro son tontos. Aunque eligieran uno de los comedores privados, el que sale de «Oriza» o entra en él, lo hace a ojos de toda Sevilla. Se trata de un formidable restaurante sito en la esquina mejor lograda de la calle de San Fernando, y saben de sus comensales hasta los tranvías de Monteseirín. Elogia el Director del «Mundo» la mirada fija, sin parpadeos, de Bárcenas, como un primer paso hacia su credibilidad. Son sensaciones, pero no evidencias. Y al final, de esa larga conversación apenas queda chicha, y sólo el interés que despierta quien lo escribe y firma merece la pena. Si Bárcenas tuviera en su poder un solo papel que comprometiera a Rajoy y le sirviera para disfrutar de la libertad que le ha negado el juez Ruz, ya lo habría mostrado. Tiene todo el aspecto de ser un hombre muy inteligente, pero el heroísmo es otra cosa. Cárcel por culpa de la lealtad y el silencio sólo la ha padecido un político en los últimos cincuenta años en España. José Barrionuevo, que fue condenado por no responsabilizar a su inmediato superior, el señor «X», cuya identidad todos conocemos. No me figuro a Bárcenas, acostumbrado al lujo y al placer de la libertad dorada, sacrificándose por salvar a Rajoy, a su Gobierno y al Partido Popular. Otra cosa es que Pedro Jota tenga preparado un bombazo por entregas, y en ese caso, ningún inconveniente tendría en desdecirme y rectificar.

Javier de la Rosa amenazó con «cargarse al Rey y a la Monarquía», y no pasó nada. «Los papeles que tiene no sirven ni para el cuarto de baño», me dijo el viejo e inolvidable José Manuel Lara, vecino de De la Rosa. Amedo, lo mismo de lo mismo. Y los de Bárcenas, al menos hasta la fecha, tampoco parecen tan peligrosos, excepto para él. Como los de Snowden, que ha montado un circo formidable para nada. Tiempo al tiempo. Los papeles se los lleva el viento. Y si no hay papeles, ni el viento es necesario. Lo recuerda un pasaje bíblico: «El que amenaza también está en peligro».