Alfonso Ussía

Noruegos

Los nórdicos son buenistas. Aquel Olof Palme con la hucha en las calles de Estocolmo es todavía el dibujo de la doble moral escandinava. Tienen motivos suficientes para la extrañeza vital. Un largo invierno donde todo es noche y un corto verano donde todo es día. Buenos marinos. Los islandeses afirman que sólo ellos son los auténticos viquingos, y que los suecos, noruegos y daneses se han apropiado de los cuernos. Finlandia queda a trasmano, en el olvido, porque consideran que es más rusa que escandinava.

De todas las naciones nórdicas, la más rica y próspera es Noruega. Milagros del subsuelo. Hace años, los farsantes de todo el mundo le daban sablazos a los suecos, y Noruega ha tomado el relevo. La riqueza de Noruega no es consecuencia de la superior inteligencia de sus gentes, sino del petróleo. Hagan una prueba. El Nobel de la Paz, que es el único que se concede en Noruega y se entrega en Oslo. Han acertado en pocas ocasiones y entre los galardonados figuran toda suerte de farsantes, engañabobos y hasta genocidas. Por ahí se mueven Esquivel, y Rigoberta Menchú, y Yasser Arafat, y no aparece el nombre de Osama Ben Laden porque, al menos en una ocasión, los miembros del Jurado se reunieron en un ambiente de sana sobriedad.

Ahora se ocupan de la ETA, Batasuna y todos los disfraces del terrorismo. Acaban de concederles un millón y medio de euros para que mantengan su pulso con un Estado de Derecho y más de mil asesinados. No proviene el dinero de un noruego millonario con deseos de hacer el indio, sino de una agencia dependiente del Ministerio de Educación e Investigación del Gobierno de aquel civilizado y sorprendente país, por otra parte, de una belleza natural asombrosa.

En un viaje a Sudáfrica pude comprobarlo. En Ciudad del Cabo, en una urbanización que en nada envidia a la de Puerta de Hierro de Madrid, habita monseñor Tutú, amadísimo por los nórdicos europeos. Su casa está rodeada de más de veinte mil metros cuadrados de preciosos jardines, que cuidan con esmero decenas de jardineros que lucen un distintivo amarillo. Los pagan los escandinavos. Pero los nórdicos ignoran el hecho. Los representantes de Tutú – puede ser Tutu–, no reciben a los donantes bienpensantes provenientes de la fría Europa en Ciudad del Cabo. Lo hacen en Soweto –South West Town–, uno de los barrios más miserables y conflictivos de Johanesburgo. Y allí, en una chabola, sin jardineros ni lujos floridos, engañan a los buenistas haciéndolos creer que ahí pasa las noches el inefable monseñor. Son extraordinariamente generosos, y bastante fáciles de engatusar.

Pero los terroristas de la ETA carecen de las señas de identidad y la estética de los luchadores contra el «apartheid» impuesto por los descendientes de los holandeses y británicos que colonizaron África del Sur. Estos individuos tienen una historia muy corta, muy poco sufrida ,y han sido orgullosos españoles hasta que un tonto de la Anteiglesia de Bilbao se inventara una milonga. Y llevan años asesinando, secuestrando y extorsionando, y más de 250.000 vascos han abandonado sus raíces por otros lugares de España porque de no hacerlo, muchos de ellos serían hoy huesos bajo un sepulcro. Y no parece decente, ni amistoso, ni aceptable, que el Gobierno de una nación supuestamente amiga, financie proyectos de los colaboradores del terrorismo en España.

Lo malo es que lo hacen de buena fe porque no se han enterado de nada.