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Alfonso Ussía

Nubes y pesares

La Razón La Razón

Hoy ha amanecido Madrid de panza de burro. De siempre, el mes de febrero es en el Foro el más apesadumbrado del año. Madrid, como en la formidable novela de Agustín de Foxá, es Corte y Cheka, luz y negrura, templo de Dios y casa de rabizas. Desde que España se ha descentralizado, Madrid añora las visitas de provincias. Sobran extranjeros y faltan andaluces, por ejemplo. Y aquellos empresarios catalanes que después de alcanzar acuerdos con Arburúa deslumbraban con sus amantes en los cenáculos de la Villa y Corte, que compartían con los vascos, más discretos en sus pasiones. Y especialmente los andaluces. Escribió don José María Pemán que en la Andalucía marismeña estaba muy mal visto no tener que viajar a Madrid para hacer gestiones. Y que eran muchos los andaluces que sin precisar de reuniones con ministros o directores generales, se llegaban hasta la Capital y paseaban. «La calle de Alcalá, ¡Cómo reluce!/ cuando suben y bajan los andaluces». Contaba Luis Caballero, que le venía el apellido como anillo al dedo, gran empresario del vino del Puerto de Santa María, que una mañana se cruzó con un amigo sevillano, de holgadas rentas y escaso esfuerzo empresarial. –¿Qué haces en Madrid?–, le preguntó Luis; –Me ha llamado el Rey, que quiere verme. Me recibe a las cinco en Zarzuela–; –pues te va a recibir su doble, porque el Rey está en Chile de visita oficial–; –¡Vaya por Dios! La próxima vez le diré que, por lo menos, me avise con tiempo–. Porque el Rey no le había citado para nada, pero algo hay que decir para justificar las subidas y bajadas sin rumbo por la calle de Alcalá.

No ha desaparecido del todo la costumbre gracias al AVE. El «subo a Madrid» desde Sevilla o el «bajo a Madrid» desde Barcelona se mantiene. El AVE es como la Corona, El Corte Inglés y Mercadona. Garantía de la unidad de España. Y en este febrero plomizo y desajustado, me topé en los alrededores de la Plaza de París con Jordi Pujol y su esposa, que a Madrid bajaron de visita. Según me han contado, tenían que declarar ante un juez de la Audiencia Nacional acerca de una herencia que han recibido sin abrir testamento alguno. La referida herencia carecería de importancia si no fuera por un pequeño detalle. Lo mucho que se ha revalorizado en los últimos quince años, convirtiendo a Pujol, su distinguida esposa y sus muchísimos hijos en multimillonarios. Una herencia millonaria en pesetas se ha tornado en multimillonaria en euros, y el juez tenía curiosidad de conocer cómo se consigue semejante hazaña. Pero Pujol apenas respondió a las preguntas del juez, y la señora de Ferrusola, amparándose en la Quinta Enmienda, se negó a abrir la boca. Entonces, su señoría, despidió en la puerta a los presumibles herederos, les pidió toda suerte de disculpas, y les deseó un feliz viaje de retorno a Barcelona.

Eso ha perdido Madrid. En otra época, Pujol y señora, después de visitar al juez, habrían acudido a comer a uno de los grandes restaurantes de Madrid con cargo a la cuenta de representación de la Generalidad de Cataluña. Ahora llegan, visitan al juez, no le responden y se van. Madrid ya no es para los grandes empresarios catalanes –y Pujol lo es–, la meca de los buenos negocios. Hubo un tiempo en el que «Jockey», «Horcher» o «Zalacain» estaba más habitado de catalanes que el «Via Veneto» de la calle Ganduxer. En una mesa, Rodés, en otra De la Rosa, en la de más allá, Godó, y en un comedor privado Pujol con Aznar cuando éste le entregó en bandeja de plata la cabeza guillotinada en La Moncloa de Alejo Vidal-Quadras.

Madrid se ha entristecido. Los Pujol vienen y se van. Y les sobran motivos para ello. En Madrid nadie quiere conocer más detalles de la famosa herencia. Pujol sobrevuela las nubes de la ley porque así lo han ordenado los invasores de Cataluña que gobiernan en «Madrit».

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