Pedro Narváez

Pablo y el dolor

La Razón
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Lilian Tintori es carne de drama y alma de justicia. Luce un escudo invisible contra los insultos y la sonata podrida de los gaseosos que desvían la atención a Arabia Saudí, léase Pablo Iglesias, para no encarar la vergüenza de Iberoamérica de la que de alguna manera se torna cómplice Podemos. Monedero, ese hombre que sale a cada rato en procesión comunista a la espera de que le lancen flores, comparó a Leopoldo López con un proetarra. Incluso en diferido podía olerse la halitosis del discurso pronunciado. Si en algo puede unirse Tintori a los terroristas es en su condición de víctima. La postura de Monedero recuerda el trato que daban los radicales durante los años de plomo a los familiares de los asesinados por ETA. Algo habrán hecho, pensaban. Y luego llegaba el vacío, la náusea, el silencio, y así hasta el exilio. Basta. Los populistas, que enarbolan al Papa en su escapulario ideológico, sólo se muestran sensibles ante el dolor conveniente para sus intereses. Lo exageran como haría un panfleto sensacionalista. Política amarilla. Un desahuciado merece una rueda de prensa, que no digo que no: merece una casa. A un condenado a trece años de prisión por oponerse a Maduro le está bien empleado arrastrar la cadena. El resto de los sufrientes pueden llorar pero ya no les alcanza el pañuelo para esas lágrimas de democracia. Leopoldo López sólo es un daño colateral de la guerra por asaltar el cielo. Una baja necesaria. En los documentos que la fundación ligada a Podemos perpetró para el chavismo estaba escrita negro sobre blanco la hoja de ruta. Monedero ha seguido con coherencia lo que ya entonces propugnaba: tratar como a criminales a los enemigos del régimen que le dio de comer. Había que crear en la opinión pública la idea de que eran unos golpistas, saboteadores del pueblo y de esa patria que aspira a la Felicidad Suprema desde el Estado. Se puede ser feliz sin interrupción mientras se manipula el dolor ajeno y lejano. Resulta, sin embargo, que Tintori se ha plantado en Madrid con lo que la desesperación se vuelve cercana y tangible. Tiene rostro. Y la heroína no apeló ante Rajoy, Pedro Sánchez y Felipe González a los sentimientos sino a la Justicia, ese concepto abstracto con el que un politólogo llega a ser trilero. Iglesias está en Atenas para fundirse entre las banderas de su amigo Alexis, el fracasado de Europa, a la espera de una victoria que le redima, que redima a Pablo, porque Tsipras no puede ya escapar de la sentencia de la historia contra Syriza. Los presos de Venezuela no merecen ni una foto a la carrera con el móvil. El partido que sueña con ser transversal, como el pequeño Nicolás, la palabra de moda, se retrata en esa esquina del ring en la que se hurta vaselina al contrincante. Duro y sin contemplaciones. No pueden apiadarse del dolor porque quieren que lo padezcan, que cunda el desánimo y sirvan de ejemplo. Claro que decirlo les robaría el voto de los que a izquierda y derecha creen que un día serán bienaventurados por decreto. Lo que cierra su círculo siniestro.