
Julián Redondo
Pío, pío que yo no he sido

E l fiscal Perals y el juez Ruz reclaman al Barça 9.100.000 euros por haber incurrido en fraude tributario, pues los contratos con las sociedades de Neymar, posiblemente el futbolista más caro del mundo, están «íntimamente ligados» y «hay indicios suficientes de la posible comisión de delito contra la Hacienda Pública».
En lugar de abonar esa cantidad, el Barcelona emite una nota con siete puntos, en los que insiste en su inocencia, si bien, y por si las moscas, sube la apuesta y anuncia que, mediante autoliquidación complementaria, aportará, en lugar de 9,1 millones, 13.550.830,56 euros a la causa de «Ney».
El 3 de junio de 2013, Sandro Rosell, muñidor del fichaje, alumbró el montante de la operación: 57,1 millones de euros. Con el fiscal y el juez en los talones, el 21 de enero de 2014, harto ya de estar harto ya me cansé, el autoimputado Rosell insistió con rotundidad en los 57,1; aunque una filtración hecha pública apuntaba a más de 85 millones. Dos días después, dimitió. Josep Maria Bartomeu aceptó la presidencia vacante el 24 de enero y aclaró que el Barça no pagó lo que afirmó Rosell «pol la gloria de mi madre», que diría Chiquito, sino 86. Vaya, vaya. No hacía falta ser un lince para colegir que la bola iba a engordar y que, una vez aclaradas, más o menos, las cantidades de pago, los chicos de Montoro tomarían posiciones.
Olisqueado el fraude, los implicados echaban balones fuera –pío, pío que yo no he sido– y culpaban al empedrado, aunque veían las orejas al lobo. En éstas, Hacienda entra en el partido; si juega sin compasión ganará por millonada y el fichaje del siglo alcanzará los 160 «kilos». Alguien se ha pasado de listo.
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