Restringido
Política de identidades
Con persistencia y sin prisas, pues el futuro heroico no admite precipitaciones, hemos asistido en España, durante las últimas décadas, a la progresión de una política de identidades encabezada por los partidos nacionalistas y secundada muchas veces por la izquierda. Los ejemplos del País Vasco –donde, tras el fracaso del terrorismo y de la secesión, se encuentra en fase regresiva– y de Cataluña –donde ahora se muestra con efervescencia– son los más notorios, pero no los únicos, pues esa política asoma por los rincones más inesperados. En Aragón, sin ir más lejos, se anuncia ahora una escalada en este sentido con la conversión de la fabla –un idioma que ya está en la escuela y que tiene pocos alumnos– en lengua vehicular de la enseñanza, al parecer como contrapartida al apoyo de la Chunta al Ejecutivo socialista.
Don José, mi tío, me dice que esto de las identidades es un lío, mientras evoca los orígenes altoaragoneses de nuestra familia y recuerda que su tatarabuelo, un segundón en tierras de mayorazgo, tuvo que emigrar a Laguardia y, más tarde, empujado por los carlistas, a Vitoria. Añade que los numerosos miembros de las generaciones posteriores que llevan nuestro apellido se acabaron repartiendo por distintos lugares de España y que, por eso mismo, nuestra identidad, como la de los demás, es una mezcolanza de paraderos, casi siempre enriquecedores. Yo le contesto que a mí también me lo parece, mientras voy recordando un curioso estudio que publicó hace bastantes años el estadístico José Aranda, en el que se concluía que, entre todos los habitantes del País Vasco, sólo una quinta parte tenían los dos apellidos de ese origen y más de la mitad, ninguno.
A don José este tema no le interesa demasiado; pero picado por la curiosidad me pregunta por qué me preocupa tanto. No me queda más remedio que confesarle que, tal como están yendo las cosas en España, se adivinan en esa política de identidades las raíces de un conflicto que, si no se ataja a tiempo, puede tener amplio recorrido. Con mi pedantería profesoral le cito a Mary Kaldor, que veía en ella «el objetivo de sembrar miedo y odio», y que llamaba la atención acerca de que los que la propugnan «cooperan para suprimir los valores del civismo y el multiculturalismo».
La cosa es que, con estas reflexiones, le he dejado a mi tío un poco chafado porque, según me confiesa, él creía que, aunque los españoles hemos sido muy proclives a los conflictos civiles a lo largo de nuestra historia, eso no sólo estaba superado sino enterrado para siempre. Me recuerda el esfuerzo de concordia que se hizo cuando, después de sepultar a Franco en el Valle de los Caídos, nos aprestamos a construir una sociedad pacífica y democrática; y que incluso esa excrecencia que supuso ETA se encuentra ya allanada. Sin embargo, le indico, cada día hay noticias inquietantes sobre quienes tratan de anular esa suma de pertenencias que configura nuestra identidad. Esperemos que no lleguen muy lejos, me desea. Y yo asiento.
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