José María Marco

Populismo justiciero

La Razón
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La sentencia del caso Nóos pone punto final al proceso a la Monarquía, que es tanto como decir a la democracia española. También pone fin a varios años de activismo judicial, que ha venido a ser una forma de populismo en estos años en los que el populismo, incapaz de asaltar la Monarquía parlamentaria de frente, es decir en las elecciones, ha hecho todo lo posible por destruirlo desde otros flancos.

El más expuesto era el de la corrupción, intolerable, sin duda, y es ahí donde se ha concentrado la ofensiva. La han protagonizado dos elementos. Uno los jueces populistas, tipo Baltasar Garzón o José Castro. Más que jueces son figuras imbuidas de una misión justiciera a los que la ley y las instituciones, como la fiscalía o la administración del Estado, importan muy poco. Están por encima de esas minucias. Son portadores de una verdad superior y apelan a una instancia –el noble y sacrificado pueblo– al que halagan con la demagogia más basta. Qué mejor presa que la Monarquía, que es la institución que desde hace 200 años viene garantizando las libertades y los derechos de los españoles. Era una tentación irresistible.

El otro elemento lo suministra nuestra tradición jurídica, y es la acusación popular, esa figura inexistente en las demás democracias avanzadas y que aquí se conserva como una reliquia del antiguo progresismo y como un homenaje a esa forma peculiar de populismo, muy propio de nuestro país, según la cual el noble pueblo español es el único portador de unas virtudes que sus gobernantes traicionan o pervierten. La acusación popular le da la ocasión –no al pueblo, claro, pero sí a quien se atreva a hacerse pasar por su representante– de hacerse oír ante... ¿Ante quién, en realidad? En sus auténticos términos, ante el Cirujano de hierro, el Caudillo, aquel que sabe escuchar los anhelos populares de justicia y que le dice al Pueblo lo que el Pueblo quiere oír, esa muy antigua práctica hoy llamada «posverdad».

Como es lógico, el mecanismo llama a un Maduro, a un Perón o una Kirchner. También a un Pablo Iglesias, bien es verdad que algo menos adolescente que nuestro ex futuro caudillo popular. Esa era la lógica de este proceso decidido de antemano, con una sentencia previamente dictada, pero que las instituciones y la Justicia han sabido desactivar. No hay forma de acabar con esa tradición perversa de la acusación popular, pero en la lucha contra el populismo, los españoles acaban de conseguir una victoria muy relevante.