Irene Villa
Por inquina
Siempre he pensado, y comprobado, que todo en esta vida tiene solución. Todo, menos la muerte. Por eso es tan difícil asumir una realidad como la que vivimos el pasado lunes, pero más difícil aún es entender los motivos que pueden llevar a alguien a descerrajar cuatro tiros en el cuerpo y en la cabeza de un ser humano, por mucha animadversión, como ha llegado a admitir la autora de los macabros hechos, que te produzca. El asesinato de la presidenta de la Diputación y del Partido Popular de León, Isabel Carrasco, fue estudiado y premeditado, tras años de resentimiento, aversión, antipatía y profunda e insalvable enemistad. Como en una película protagonizada por el odio, la asesina guardaba otra arma, recortes de prensa y fotografías de su víctima, por quien vivía claramente obsesionada. La inquina, como el resto de malos sentimientos que acaban materializándose en negativas y descontroladas voluntades, solo hace daño a quien la siente y no sabe manejarla. Apuesto a que en vida, a la asesinada Isabel Carrasco, no le llegó nada de ese odio que sentían hacia ella, capaz de desatar las más terroríficas e irreparables osadías. Sin embargo, esos horribles sentimientos sí han logrado matar en vida a quienes se sentían víctimas por el contencioso administrativo que mantuvieron la hija de la asesina e Isabel Carrasco. Y ahora, no controlar tales emociones les ha llevado mucho más lejos: a arruinar sus vidas convirtiéndose en asesinas para siempre.
Nunca me cansaré de decirlo: si quieres ser feliz un día, véngate, pero si quieres ser feliz para siempre, perdona.
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