María José Navarro

Primermundismo

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Hay una solidaridad primermundista extraña que se activa cuando suceden cosas como las de Boston. Seguramente, en un montón de lugares del tercero, el terrorismo haya sido mucho más feroz en la última semana. Iraq, sin ir más lejos, lleva unos días en los que las víctimas se cuentan por decenas y tres niños pastores han sido asesinados por soldados de los Estados Unidos. Tres seres humanos, también tres, murieron el otro día en la meta de la maratón de Boston y desde entonces, todo el primermundismo no ha tenido otra prioridad que la de encontrar a los culpables. Los presuntos culpables, dos jovencísimos hermanos, son de origen checheno. El primermundismo tiene conciencia de que algo malo pasó en Chechenia y que fue una escabechina, pero tampoco sabría colocar en el mapa dónde pasó lo que pasó ni si aquello acabó o se cerró en falso. El primermundismo, sin embargo, ha seguido con absoluto interés la caza del segundo asesino de Boston, aunque torciendo el morrito con algunos detalles que considera fundamentales. No entiende el primermundismo cómo y por qué Boston podía ser una ciudad tan ignorante de los peligros que la acechaban, cómo y por qué la gente era confiada en medio de tanta prosperidad. Al primermundismo le pareció estupendo el discurso de Obama en la ceremonia por las víctimas pero no ve a sus mandatarios diciendo lo mismo sin sentir cierto pudor. Y sobre todas las cosas, el primermundismo no abriría su casa para que la peinara la policía sin protestar airadamente, ni permanecería encerrado para evitar problemas, ni aplaudiría al contemplar al sospechoso abatido. Al primermundismo no le cuadra el primer mundo. Qué cosas pasan.