Cristina López Schlichting
Querido Ignacio
Nos conocimos por teléfono en los 90: –Brrrrr, bip, brrrrrm bip, bip, bip ¿Oigaaaa? ¿Está Ignacio García? Con mucha dificultad había localizado el centro de formación profesional que los hermanos de La Salle tienen en Niamé. –Hola, mire, me gustaría ir a Níger para hacer un reportaje ¿lleva usted mucho por ahí? –Bueno... unos 30 años –Yo querría ir al norte, hacia territorio tuareg ¿es peligroso? –¡No, no! Se sube con convoyes militares ¡pero la vida no peligra! Como mucho, te quitan el jeep –Ya. El jeep ¿Y el clima? –Ahora es muy bueno -¿Qué temperatura? -45 o 46 grados. Empecé a sudar sin pisar Níger. Nunca llegué a hacer aquel trabajo, pero, asombrada por el optimismo imbatible de aquel burgalés, comí con él cuando visitó España. Setas, creo recordar. Su voz se convirtió en un hombre de metro setenta, 55 años, muy delgado, sencillo y alegre. Había sido monaguillo en su pueblo (Pedrosa del Río Urgel), el menor de nueve hermanos. Cuando tenía 13 años, un religioso de La Salle habló en la escuela y pidió vocaciones. Él levantó la mano: «No sé por qué lo hice. Es un misterio. Luego, con el tiempo, fui desbrozando la llamada (desbrozando, dijo, qué bonita palabra) y eligiéndola día a día, porque esto es día a día ¿sabe? Como el matrimonio». Tenía una forma natural y campesina de exponer las cosas. Ocho años más tarde un teletipo me golpeó el alma: «Asesinado a machetazos un misionero burgalés en Burkina Faso». La agencia precisaba que el cuerpo estaba desfigurado y el cráneo, destruido. No quería crecerlo y, además, no era el mismo país. Comprobé los datos: Ignacio García Alonso, trasladado de Níger a Burkina, encargado de un plan de formación agrícola y rural para jóvenes... me vinieron a la memoria las palabras que me había dicho: «Yo estoy donde Cristo me pide que esté. Con sus fuerzas, claro, porque si no me resultaría imposible». Le había preguntado por qué no regresaba a casa: «Sigo una llamada –me contestó–, no una idea ni un código moral. Cristo es una persona viva y mantengo una relación con Él. Es mi respuesta personal a una llamada personal. Y no la cambiaría por nada». Le habían pedido dar la vida por los africanos y la había dado, menudos son estos de Burgos. Los restos de Ignacio reposan en un cementerio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en África, pero él no está ahí. Seguimos siendo amigos. Hoy podemos ayudar a los más de 13.000 misioneros españoles que se reparten por 130 países del mundo. Es el Domund.
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