Restringido
Rajoy y los tres tenores
Seguí con interés el novedoso y polémico debate digital. Fue una buena iniciativa, sobre todo por el formato, que inauguraba la red y que beneficiaba al aspirante de Podemos, que es el que mejor se mueve en ella y el que tiene más seguidores en ese medio. Una pena que el periódico que lo montó vetara la presencia de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que habría dado mucho más juego, como veremos otro día. No se entiende bien que un periódico se convierta en censor político, aunque le haya dolido el desaire del presidente Rajoy con su negativa a participar, o, lo que es peor, quiera aparecer como el protagonista y el ombligo de la acción política. Lleva razón, eso sí, en que lo más importante fue el debate en sí, extraordinariamente aireado, como si fuera el acontecimiento nunca visto del mundo mundial. La verdad es que no fue para tanto. Espero que en esta campaña veamos otros mejores. En general, defraudó, a pesar de la «frescura» de las intervenciones, menos encorsetadas que en otras ocasiones y bien conducidas. No dio ni un titular llamativo. Los analistas electorales coinciden, en general, en que apenas movió un voto de la bolsa de indecisos.
Para unos, la silla vacía perjudicó al Partido Popular. Para otros, el gran vencedor de este primer debate digital, que aireó el Canal 13 de la Iglesia, fue, por el contrario, Mariano Rajoy, que brilló por su ausencia y en todo momento se convirtió en la estrella de la reunión. Fue la continua referencia de los tres «tenores». En esto, el que más desentonó, a mi juicio, fue el socialista Pedro Sánchez, que soltó en casi todas sus intervenciones, viniera o no a cuento, el rollo que llevaba preparado contra el ausente Rajoy y el Partido Popular, culpables para él de todos nuestros males. Esperemos al clásico mano a mano. A mí me recordó, además de lo más lamentable de la vieja confrontación política, la escena de la venta en que don Quijote, creyendo que alanceaba al gigante enemigo de la princesa Micomicona, acuchilló los cueros de vino tinto, que el ventero tenía en el camaranchón, al grito de: «¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra!». Sánchez no se enteró en toda la noche, salvo algún chispazo al final, de que los enemigos los tenía cerca. Estaba emparedado entre Iglesias y Rivera y siguió dale que te pego. Los dos le dijeron, con razón, que no era fiable, como genuino heredero de Zapatero. Personalmente, el más divertido y peligroso me pareció Pablo Iglesias, que volvió a sacar las uñas y se le vio el plumero. Y el más entonado de los tres, Albert Rivera, al que, sin embargo, le falta un hervor y una buena política rural. El disparate de suprimir las diputaciones y siete mil de los ocho mil municipios le pasará factura. Muchos de los que siguieron el mayor debate que vieron los siglos pasados y verán los venideros echaron en falta la experiencia y el conocimiento del gallego Mariano Rajoy, que a la misma hora ofrecía titulares sobre el paro a dos millones de telespectadores en el telediario de Pedro Piqueras.
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