Luis Suárez

Razones para la esperanza

Es un hecho indudable que incluso los no creyentes se ven obligados a admitir que el Papa Francisco I se ha convertido en la figura atrayente para nuestro mundo, al que envía mensajes, a veces intercalando modismos argentinos, que despiertan la esperanza. Un tema que la Universidad San Pablo acaba de desarrollar en un Congreso que ha tomado este nombre. Entonces surge la pregunta: ¿dónde están las razones para esa esperanza? Son muchas y bastante claras si nos internamos en la significación que adquiere el cristianismo, raíz de donde ha salido la ya bimilenaria cultura occidental, aquella que afirma que el ser humano es una persona capaz de trascenderse y no un simple individuo que debemos contar como si fuera un número. La primera está en ese salto de naturaleza cuántica que el Concilio Vaticano II consolidó al mencionar la «llamada universal a la santidad».

Cuatro veces la Iglesia ha experimentado saltos de este tipo, que no son el resultado de una evolución, sino de una profunda novedad que aparece siempre en los términos minúsculos que una simiente ofrece para que nazca el árbol. El primero lo experimentó Benito de Nursia cuando, al contemplar el derrumbamiento final de Roma, en el siglo V, se retiró a una ermita; entonces nació el monaquismo: reza, trabaja y estudia. También el «poverello» de Asis creyó al principio que Dios le llamaba a reparar los tejados de una iglesia derruida, cuando lo que iba a producirse era un cambio en los contenidos de la sociedad. E Ignacio encontró su misión en las cuestas de Monserrat, donde cambió hasta de nombre y vestido. Y como hace unos días el propio Papa comunicaba a una reunión de miembros del Opus Dei, la llamada universal a la santidad había comenzado en una silenciosa iglesia de Madrid el 2 de octubre de 1928.

En resumidas cuentas, la Iglesia, gracias al Concilio Vaticano II, se encuentra ahora en el camino de ampliar y consolidar sus recursos espirituales, acudiendo a los laicos, a los jóvenes y a la ciencia, que nos permite comprender mucho mejor las verdades de la fe. Pues santidad implica acomodarse al orden que existe en la creación, fuera del cual sólo daños podríamos causar. Max Planck lo explicó bien: el progreso de la naturaleza no se reduce a un simple evolucionismo, sino que, de cuando en cuando, se producen los saltos cuánticos, uno de los cuales explica la presencia del hombre que es administrador y no dueño de la Naturaleza. Si se pasa de la raya u olvida que es el mismo, tendrá que sufrir las consecuencias. En eso estamos ahora: los excesos de los materialismos han vuelto a conducirnos a una gran depresión, que tampoco es en sí misma una novedad.

Aquí entra el mensaje del Papa, que confirma y desarrolla los que sus tres inmediatos antecesores ya emitieron, dejándonos ese precioso patrimonio de sus encíclicas, de las que podemos y debemos aprender. Y destaca con valentía la pobreza. Muchos no lo entienden porque en el lenguaje coloquial identificamos pobreza con carencia. Se trata de una virtud, es decir de una dimensión que se encuentra al alcance del ser humano y a la que éste debe recurrir como administrador de la Naturaleza, el hombre la estudia, penetra en ella y hace que produzca instrumentos materiales que son efectivamente «bienes». La pobreza consiste en despegarse de ellos en lugar de someterse, y en comprender que se trata de medios y no de fines. Aquí está sin duda una de las misiones que los estados modernos tienen que asumir: superar ese culto al dinero que a fin de cuentas no es otra cosa que un conjunto de cifras que se ordenan dentro de un papel, pero que hemos convertido en instrumento de poder. La Iglesia advierte y recomienda: también los ricos, es decir, los que crean y acumulan bienes materiales, tienen una misión importante que cumplir cuando saben el empleo que deben dar a los mismos.

En el fondo aparece siempre el amor. Amor al prójimo y amor a Dios. Hoy estamos dando un sesgo equivocado a esta palabra, que significa especialmente entrega y búsqueda del bien para los demás. Las explicaciones del Papa, en sus intervenciones orales, no pueden ser más claras y fecundas.

Dentro de la nueva evangelización que la Iglesia ha puesto en marcha con la inserción de los laicos también en líneas de vanguardia, aparece una tarea que afecta por igual a los miembros de otras religiones e incluso a los no creyentes: el retorno al Humanismo, como ya reclamaran los grandes maestros de los siglos XV y XVI. La libertad debe desprenderse del error de identificarla con independencia, es decir, posibilidad de obrar incluso en contra del orden de la naturaleza. La libertad nace del acomodo de la voluntad a la verdad, y ésta se halla precisamente en relación con ese orden. Estamos cometiendo el error de que las mayorías siempre tienen razón; el progreso humano depende de la calidad que poseen minorías especialmente cualificadas. Los socialistas no deberían olvidar que ellos proceden también de un grupo que podría sentarse alrededor de una mesa. Y es el cumplimiento del deber por parte de los otros lo que a mí me hace libre. Deber y ajuste a lo que la persona humana con sus derechos naturales, vida, libertad y medios de trabajo, son los que pueden labrar el futuro. Que los políticos no olviden el drama de Poncio Pilato: él sabía que Jesus era inocente, pero como la mayoría reunida en aquel patio le pedía la libertad del otro Jesus Bar Abbas, se rindió a sus principios políticos, creyendo obedecer de este modo a un emperador, que no tardaría en hacerle desaparecer, no sabemos cómo.

La esperanza está ahí: respetar la libertad religiosa que permite al hombre cumplir sus deberes con Dios, y brindar al prójimo el amor que es eje sustancial de la existencia. No es poco.