Lucas Haurie

Recaudadores subvencionados

El liberal huye del asociacionismo como el mahometano del morcón, el concejal de los tratados de ética o el perroflauta del desodorante. Cada cual tiene derecho a ganarse la vida mediante el oficio que elija, siempre que sea legal, pero quien crea en el individuo execrará de aquellas empresas cuyos burócratas se lucran con el pastoreo de las almas incautas, marcándole el camino recto a las conciencias y pretendiendo legislar desde las convicciones íntimas: ecologistas y asociaciones de consumidores a la cabeza, los inquisidores posmodernos. El liberal siente animadversión, naturalmente, por los locales de ocio que ejercen el derecho de admisión en virtud de la indumentaria de los potenciales clientes, en un estúpido ejercicio de auto-boicot, pues los cacheos no están permitidos e ignora, por tanto, el gorila si en las bermudas del borrachuzo desaliñado yace una cartera repleta de billetes por gastar. Un bar del centro de Sevilla fue multado porque sus porteros vedaron la entrada a quienes consideraron que iban inadecuadamente vestidos; al mismo firmante le ha ocurrido eso en el mismo local sin otra perjudicada que la caja, que se vio privada esa tarde de varias decenas de euros. Y no está la hostelería para lucros cesantes, créanme. Una educada conversación con el propietario deshace cualquier malentendido o, para orgullos hiperbólicos, basta con no pisarlo jamás y hacer propaganda negativa entre los allegados. Pero las entidades generosamente subvencionadas como Facua tienen un desmedido (y sospechoso) interés en que el Estado recaude por la vía de las sanciones a los empresarios.