Alfonso Merlos
Reír y llorar
Oportuna y donde más duele. Una iniciativa que golpea de lleno con el sentido del humor como arma a quienes sólo entienden la semántica de la bronca, del empujón, del desaire. La ironía, la mofa y la befa hace pupa a quienes se dejan la piel y usan su peor cara para presentar como solemnes lo que no terminan siendo sino proyectos de derivadas grotescas. Y ahí vamos a parar con el «caso Mas». Es verdad. Cuando los monumentos al ridículo se levantan cada día con lamentable énfasis y tienen efectos interplanetarios (¡ay Romeva! ¿para cuándo otra entrevista en la BBC?) la sociedad civil más despierta los ve, los rechaza, siente vergüenza ajena, los denuncia si procede; y termina recurriendo al chiste. Porque bien lo merecen quienes más que esforzarse en defender el interés general emprenden alocadas competiciones para erigirse en bufones mayores de la colorida corte independentista.
Periodistas, artistas varios, catalanes comprometidos con la política que gritan «basta ya». Con inteligencia y mordacidad, con conocimiento de causa y razón, sin acritud ni malas artes. Porque en el fondo del fraude independentista late lo más risible del esperpento, la realidad deformada por la propaganda barata, la mercancía ideológica pasada de fecha, las herramientas de persuasión averiadas, las baratijas que intentan ser colocadas como metales preciosos, el barro que anhela elevarse a la categoría de piedra de alto valor. No es fácil tomarse de broma lo que merece toda la seriedad del mundo. Y la violación de la ley, la profanación de la Constitución española lo merece. Pero en ocasiones es compatible el llanto, la risa, y la acción firme y seria. Son acciones complementarias. Pero sólo están al alcance de quienes se saben, antes o después, ganadores de una batalla decisiva.
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