Universidad

Reorganizar la universidad

La Razón
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En el curso de los últimos años las universidades españolas han visto modificado sustancialmente su entorno. La demografía les ha privado de una buena parte de sus alumnos, sencillamente porque desde el comienzo del siglo han ido llegando a sus aulas generaciones de jóvenes cada vez más disminuidas. Además, la modernización de la sociedad ha dado lugar a nuevas preferencias y necesidades de formación, lo que ha supuesto un varapalo para las humanidades y las ciencias de la naturaleza. Esto ha hecho que muchas facultades se hayan visto vaciadas mientras, en una huida hacia adelante sin precedentes, esos mismos centros multiplicaban su oferta de titulaciones con la intención de garantizar la estabilidad de las plantillas de profesores. Como resultado, se ha configurado una estructura disfuncional en la que conviven excesos de capacidad docente en determinadas carreras con verdaderos cuellos de botella en otras. Y todo ello se complica con las estrecheces financieras que ha impuesto la crisis al reducir las comunidades autónomas su presupuesto para la enseñanza superior.

Esta situación era bien conocida desde hace tiempo, aunque entre las autoridades académicas y los políticos autonómicos, nadie quería verla. Buena prueba de ello es el caso de la Universidad Complutense, donde no hace mucho tiempo se promovió la creación de nuevas Facultades con el beneplácito de la Consejería del ramo y el entusiasmo de su rector que, con ello, esperaba cosechar réditos electorales. Ahora, en esa misma universidad, el rector Andradas se propone desandar aquel camino equivocado, fusionando centros y departamentos con la doble finalidad de reducir costes de estructura y ganar en funcionalidad, mejorando así el servicio que la institución presta a la sociedad.

Andradas sigue en esto la vía que ya se ha emprendido en una decena de universidades –pocas aún si tenemos en cuenta que la enorme dimensión del problema hace despilfarrar a las universidades públicas en torno a la cuarta parte de sus recursos humanos–, aunque se enfrenta a una situación más compleja que en ellas debido al desmesurado tamaño de la Complutense, por una parte, y al excesivo poder de los grupos de presión sindicales y académicos, por otra. Éstos apuestan por un inmovilismo que les asegure sus rentas de situación –concretadas en el tándem que forman una baja exigencia laboral y unos generosos salarios–, así como su cómoda instalación en la medianía. No se confunda el lector: la Universidad Complutense cuenta con la mayor concentración de científicos de valía que hay en España, pero junto a ellos pulula una nube de profesores de mérito escaso. Y estos últimos han encontrado acomodo en las estructuras directivas de la institución que se oponen a su reforma. Buena prueba de ello es que, entre los 26 decanos que actualmente ocupan el cargo, prácticamente la mitad son investigadores mediocres, lo que contrasta con la media docena que están ubicados en la excelencia académica. Confiemos en que, a pesar de todo, la razón haga valer la magnificencia intelectual y moral que ha de impregnar a la universidad.