Joaquín Marco

Rompiendo puentes

Las relaciones entre Cataluña y el Estado de España nunca fueron fáciles, pero existieron puentes que de una u otra parte construían formas de comunicación. La presencia del presidente Rajoy en Barcelona el pasado 29 de noviembre había despertado una tímida esperanza. Durante su visita a Australia aludió a una mejor comunicación: un principio. Sin embargo, su estancia en Barcelona se limitó a un acto de partido. La breve estancia barcelonesa «coincidió» con un viaje del presidente autonómico Mas al santuario de Nuria. Aquel choque de trenes que tantas veces se había augurado se había producido ya en varias ocasiones y por ambas partes. Cataluña se ha convertido en el mayor problema del Estado. Encastillados en sus posiciones, al parecer, siguen distanciándose sin remedio. Cualquier posibilidad de conformar una tercera vía se torna más y más difícil. Tampoco las aguas soberanistas están calmadas, pero Rajoy cerró cualquier vía de diálogo, excepto en el natural apoyo económico a la Generalitat. Habrá que ver, sin embargo, la respuesta del Gobierno ante los nuevos presupuestos de la Generalitat, que tienen también algún punto de desafío y corren el riesgo de no lograr aprobarse por ser CiU fuerza en minoría. Pero las señales que emiten los mecanismos políticos no son sólo superestructurales, sino que responden a una real inquietud ciudadana. Bien es verdad que los problemas de empleo, pobreza y malestar social son predominantes y resultan más o menos equivalentes al resto de España. Conviene no olvidar que los militantes y simpatizantes de CiU se sitúan en el centro político y más a la derecha que Esquerra Republicana, que tampoco resulta un partido extremista. Es menos de izquierda de lo que sugieren sus siglas, aunque se manifieste como republicano histórico.

Por otra parte, resulta ingenuo negar las señas de identidad de Cataluña, diferenciada por lengua, conciencia histórica y estructura social de otras comunidades españolas. Bien es verdad que Mas se puso en cabeza de las movilizaciones y ofreció una hoja de ruta soberanista que le llevó a reafirmarse como líder, aunque con ello pusiera fin a la tradicional concepción de CiU. Cualquier tentativa de Duran i Lleida y de su grupúsculo de Unió para centrar el movimiento o intentar una tercera vía que permitiera el diálogo con Madrid ha sido, por ahora, inútil. Pero la idea plebiscitaria de Mas choca con el proyecto de Junqueras, quien desea presentarse a las futuras elecciones como fuerza separada. Según las encuestas, la suma de ambas les otorgaría mayor número de escaños, pero aquí también se lucha por el caudillaje. El líder de ER no parece dispuesto a renunciar a su supuesta ventaja electoral. Dada la situación del PSC, abandonado a su suerte y fragmentado como la sociedad catalana por el dilema soberanista, parece difícil que pueda conseguir suficiente poder para solventar una crisis tan compleja. Su concepción pasa por redefinir la Constitución, idea propiciada por el PSOE, aunque ello requiere otras mayorías nacionales y tiempo. Todo hace prever, sin embargo, que Mas convocará elecciones en Cataluña lo antes posible, en cuanto llegue a un principio de acuerdo con Junqueras. Este último, en su intervención del martes, reclamó de nuevo una secesión unilateral tras la convocatoria urgente, aunque sin listas unitarias. No todas las fuerzas políticas catalanas son partidarias de alejarse de la patria común. El recién nombrado ministro de Justicia criticó «los liderazgos carismáticos/.../para movilizar a las masas y confundirlas». De Cospedal recurrió a un argumento parecido. Pero el PP representa una fuerza minoritaria en Cataluña, a la que, con matices, cabría sumar Ciutadans. Quedan, sin embargo, en el limbo los millones de catalanes que no se sumaron al mal llamado referéndum del 9-N. Sería un error calcular que estas voces silenciosas representan la oposición al independentismo galopante. Pero cualquier previsión puede alterarse ante la más que probable irrupción de Podemos también en el panorama electoral catalán. Para llegar hasta este punto se han cometido errores muy graves. No se han escuchado argumentos que habrían de contrastarse con los que, en teoría, hubieran debido esgrimir los partidarios de la independencia. Predominan en Cataluña sentimientos irracionales y posibles agravios que conectan con actitudes de un pasado idealizado. Quienes no participen de ellos se han mantenido en un espeso silencio hoy ya irreversible. Es posible que el Gobierno confiara en que bajaría el suflé en poco tiempo, pero no se ha hecho hasta hoy la pedagogía necesaria, tal vez entendiendo que éste era un problema menor. No lo es. Y aunque nunca es tarde para la política, ésta consiste en tender puentes de diálogo. Hay que reconstruirlos, porque el tiempo ha ido acabando con ellos. Tal vez no sea posible recuperar a los independentistas convencidos, pero convendría atraer a cuantos todavía no lo son y ofrecerles una oportunidad en un país que resultara más atractivo e ilusionante. Junqueras daba en el blanco cuando prometía: «La independencia es indisociable no sólo de tener un país más justo, sino también de tener un país totalmente limpio y en el que la lucha contra la corrupción sea el nervio de la creación del nuevo Estado». Con estas palabras pretendía acentuar las diferencias con CiU. Pero las dos mil personas que abarrotaban el local aplaudieron a rabiar cuando Mas y Junqueras, al final del acto, se estrecharon las manos. Pese a las diferencias, los objetivos finales de ambos son coincidentes y pocos observadores dudan de que acabarán llegando a un acuerdo. El haber llevado a Mas a los tribunales no ha restado credibilidad al president, incluso podría apuntarse que le ha añadido un plus de victimismo que encaja muy bien en la tradicional órbita de CiU. Los antes habituales puentes intelectuales entre Cataluña y el resto de España también han enmudecido o casi. Se producían en ambas direcciones. Hubo incluso momentos, antes, durante y después de la Transición, en que se institucionalizaron. Desde el resto de España se contemplaba Cataluña como un camino a una Europa idealizada. Los visiones se han ido torciendo y cegando. Quedan unas fuerzas empresariales que observan los acontecimientos sin pronunciarse, salvo excepciones. Pero a los políticos distanciados y desdeñosos les caben las mayores responsabilidades. Ellos están convirtiendo el conflicto (porque lo hay) en un callejón sin salida. Disponen de las últimas llaves, de la posibilidad de levantar sin pérdida de tiempo nuevos puentes, aires nuevos.