Libros

Ángela Vallvey

Ruiseñor

La Razón
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La maravillosa novela «Matar un ruiseñor», de Harper Lee, es un clásico americano publicado por primera vez en 1960. Una historia que habla de manera magistral sobre temas delicados como la violación, el racismo, la pérdida de la inocencia... Uno de sus inolvidables protagonistas, Atticus Finch, es abogado, el padre de la narradora, que defiende en los tribunales a un joven negro acusado por la supuesta violación de una mujer blanca. Atticus se ha convertido, desde que la historia viera la luz pública, en un referente moral para dos generaciones de lectores americanos, en cuya personalidad dejó huella la creación de un «carácter» íntegro, noble e idealista como él. Uno de los consejos que Atticus daba a sus dos hijos, huérfanos de madre, era que matar ruiseñores, «que solo cantan y no le hacen daño a nadie», es un acto profundamente malvado. Siempre que un niño, o un ser débil, es víctima de algún tipo de violencia, que en sus distintos grados puede ir del maltrato verbal al abuso o el asesinato, recuerdo las palabras de Atticus. Las personas que hieren a los niños cometen actos extremadamente malignos, que resultan incluso difíciles de calificar. No hay términos morales que puedan adjetivarlos, ni siquiera en la condena. Porque los niños, y los más débiles, son como los ruiseñores. No le hacen daño a nadie, de manera que quienes les hacen mal a ellos están, en el mundo, ocupando el lugar más repugnante, más bajo. Son personas malévolas. No son monstruos, como se les suele llamar eufemísticamente, porque lo monstruoso es algo sobrenatural, mítico, que escapa a la humanidad, que la sobrepasa... Un monstruo solo guarda un remoto parecido con el humano, la mitología lo ha convertido en antropomorfo, pero también se ha cuidado de alejarlo lo suficiente de la humanidad como para que respiremos tranquilos pensando que no es persona, que no es como nosotros... Aunque la triste realidad sea que la maldad es humana, demasiado humana. En nuestra época, la maldad empieza a ser, incluso, bien tolerada, a integrarse en «la humanidad» y a ser mirada con naturalidad. Los monstruos parecen fieramente humanos. ¿Nos estamos acostumbrando a la monstruosidad, nos resulta cada día menos ajena...? Porque, cuando alguien mata a un ruiseñor, se echa de menos la voz de muchos Atticus Finch negando con rotundidad, con autoridad moral, y condenando con repulsión el acto de maldad pura.