Pedro Narváez

Sánchez está Maduro

Hay alcaldes o alcaldesas, de todos los partidos, de gestión inmaculada y cuyo papel ha trascendido las siglas y en ocasiones las ha superado. El concejal habla del vecino en presente y no de «la gente», viva la gente, en subjuntivo, que es a lo máximo a lo que se llega en los altos despachos y en los inverosímiles reservados. Da igual. Aunque han sido los más votados, merecen la guillotina porque una vez aupada al cadalso, la revolución Robespierre, cara marcada como la de Sánchez, pide la sangre azul del PP, ante lo que algunos devotos recogen muestras en un pañuelo como en la Francia de Luis XVI. En España no se reconoce la valía o la inoperancia del regidor, sino su afiliación política. A Ferraz y a Iglesias les gustaría más tirar por el puente de «La Pepa» a Teófila Martínez, una rubia sin escándalo, que involucrarse en el apoyo al alcalde de Caracas encarcelado por el régimen chavista y a los otros opositores que se pudren en la cárcel de los auténticos miserables mientras otros meriendan tortilla. Los líderes de Podemos firmaron informes para Maduro con indicaciones precisas de cómo había que silenciar a la oposición y ponerle en contra el altavoz mediático. Sugerían encarcelaciones, hicieron el ataúd antes de que llegara el muerto. Iglesias dio esquinazo en el parlamento europeo a Michi Capriles, la mujer de Ledezma, no fuera a ser que el gorilón lo devorase con alguna prueba de su cadáver. Sánchez guarda un silencio cómplice sobre las atrocidades de Maduro. El pacto con Podemos, como lo hubiera sido el de Bildu, al que no se ha atrevido, le convierte en amigo de los que defendían lo contrario que ahora defiende Felipe González en Venezuela, en colega de los déspotas que amontonan pistolas en las calles y apuntan ideología en la sien.