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De más de un mes dispuso el Barcelona para encontrar soluciones a la huida de Neymar, transmitida en el vestuario azulgrana por múltiples canales y frecuencias y, sin embargo, inadvertida en los despachos del Camp Nou. Pardillos. El 30 de junio, en Rosario, los jugadores que acudieron como invitados a la boda de Messi y Antonella hablaban de la tocata y fuga del compañero como hecho consumado. Directivos y ejecutivos del club se empecinaban entonces en arrancar a Verrati del mediocampo del PSG mientras el jeque Al-Khelaïfi, provisto de una abultada faltriquera de petrodólares, contraatacaba y respondía a las párvulas maniobras del Barça con un jaque demoledor: mate. Apareció con los 222 millones de la cláusula de rescisión y sólo Javier Tebas se atrevió a cuestionar la operación con esa patraña del «fair play» financiero. Los responsables de armar un equipazo en torno a Messi y con Valverde continuaban en Babia y la película empezaba a parecerse a aquella otra que en el año 2000 protagonizaron Figo, Overmars y Petit... La millonada que pagó Florentino fue dilapidada por el aturdido Gaspart con una inversión calamitosa.

El vestuario del Barça exige un retejado en condiciones para la gotera que deja Neymar. Para sonrojo del barcelonismo, Busquets pide en público refuerzos contrastados, después de confirmarse la contratación de Paulinho (29 años) por 40 millones de euros ¡para rescatarlo del fútbol chino! Ni él, una especie de Romerito por lo desesperado del fichaje, ni Semedo son atractivos suficientes y han costado la tercera parte de lo que ha dejado en caja el PSG tras el asalto. Coutinho y Dembelé son los objetivos, tan laboriosos de alcanzar como lo fue Verratti, ahora compañero de Ney en París.

Pero LaLiga sigue, apoyada en dos pilares imprescindibles, Messi y Cristiano; lo cual causa enorme satisfacción a Tebas, quien hace dos meses se maliciaba que el estropicio podía ser de época para el campeonato español: Messi no terminaba de firmar, Cristiano amenazaba con evaporarse y el tercero en discordia, Neymar, emitía señales que sólo sus directivos no supieron interpretar. Se ha ido uno, el menos importante. La excelente noticia es que el argentino y el portugués continúan en sus puestos, se quedan. El torneo de las estrellas está a salvo, por ahora, y la venta de los derechos televisivos por esos mundos de Dios no se va a resentir por tamaña fuga. En contrapartida, apariciones como la de Marco Asensio, constataciones como la de Isco y recuperaciones como las de Nolito y Navas mejoran el producto.

Los millones de la Premier, el renacimiento de equipos como el Milan, la consolidación de la Juve, el empuje de la Bundesliga o el poder del dinero del PSG son amenaza latente para LaLiga, y no hay mejor ejemplo para demostrarlo que las vicisitudes del Barça, en contraposición con la solidez y la brillantez del Madrid, no sólo por haberle ganado la Supercopa de España de forma apabullante. El banquillo madridista en el Camp Nou y en el Bernabéu era el resplandor, como el once que Zidane puso en liza; la plantilla de Valverde, que con Neymar sólo ganó la Copa la pasada temporada, no invitaba al optimismo. No hay recambios para el brasileño, tampoco para el añorado Xavi, para Iniesta, para el vengativo Alves e incluso para Rakitic. Y el tiempo, que para el madridismo no es una urgencia, para el barcelonismo es un síntoma deprimente. Sólo la estulticia de Cristiano en colisión con los errores de Bengoetxea agitan el plácido desembarco del Madrid en una temporada que promete emociones fuertes, más aun si el Atlético llega vivo al mes de enero.