Restringido

Sin libertad económica

La Razón
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La publicación del Índice de Libertad Económica 2015 ha supuesto un jarro de agua fría para nuestro país. Según la Fundación Heritage, España ocupa el lugar 49 entre las economías más libres del planeta, por detrás de países como Perú, Taiwán, EE UU, Suecia, Polonia o incluso Jamaica y muy lejos de las zonas más ricas (y prósperas) del mundo como Hong Kong, Singapur, Australia o Suiza. Para más inri, desde 2008 hemos experimentado una vertiginosa caída en el ranking, pasando desde la posición 31 a la actual 49. España califica especialmente mal en áreas como la carga fiscal, la libertad laboral, la corrupción institucional y, sobre todo, el peso del gasto público. Se constata así que las grandes reformas estructurales para liberalizar nuestra economía siguen tan pendientes hoy como en 2012: recortar con valentía el gasto público y los impuestos (de forma que familias y empresas ganen oxígeno y autonomía a costa de políticos y burócratas), desregular por entero el mercado laboral (de modo que no sean el Consejo de Ministros y las centrales sindicales, sino los empleados y empresarios quienes establezcan consensuadamente las condiciones de cada contrato de trabajo) y poner coto al intervencionismo caprichoso de nuestras Administraciones Públicas (de forma que carezcan de poder para corromperse). Todas ellas son reformas que jamás han pretendido ser ejecutadas ni por el PP ni por el PSOE. Todavía peor: algunas formaciones como Podemos llegan al disparatado extremo de basar su campaña electoral en denunciar que los españoles disfrutamos de demasiada libertad económica y que, por tanto, debemos emprender un amplio elenco de contrarreformas: derogar la minirreforma laboral del PP para recentralizar más las relaciones laborales, multiplicar el gasto público y los impuestos, u otorgar aún más competencias al Estado corrupto y corruptor para que angelicalmente se autotutele. Mas, por deplorable que resulte la situación de la libertad económica en España, desgraciadamente nos hallamos en la media de Europa. Comprobamos, una vez más, que el auténtico pensamiento único que atenaza a la sociedad europea no es el ultraliberalismo, sino una rancia y pauperizadora alianza entre la socialdemocracia y el mercantilismo: todos los Estados europeos instituyen políticas redistributivas a favor del Estado del Bienestar y en contra de la libre elección de las personas (socialdemocracia) o a favor de aquellos lobbies que consiguen camelarse y capturar al regulador (mercantilismo). Ése es el verdadero cambio político pendiente.