Restringido

Sinfonía de concertina y orquesta

Una concertina es un tipo de acordeón bisonoro de forma hexagonal inventado en Inglaterra hacia 1830 por un tal Carlos Wheatstone, que no ha pasado a la historia de la infamia, que es, visto lo visto, la única que cuenta. El mal sigue teniendo prestigio. De este pequeño instrumento de fuelle ha habido diversas variaciones adaptadas a cada país, o a los individuos que la hicieron sonar, generalmente en fiestas y celebraciones, o bailando sobre el barro, como en el medio oeste americano, aunque el bandoneón alemán, en manos de un porteño, puede arrancar sonidos de una belleza y melancolía arrebatadoras. Astor Piazzolla llevó el tango a las filarmónicas para disgusto de Borges y de su madre, doña Leonor. Pero ésa es otra historia. Concertina es también el nombre que recibe un sistema de alambrada cuya eficacia reside en que los espinos anudados en el alambre han sido sustituidos por cortantes hojas afiladas. Un detalle estético, puro tango: la herrumbre gloriosa de las alambradas en los campos de batalla deja paso al brillo inoxidable y lunar de las navajas. Aunque este método de defensa de origen militar apareció en la Primera Guerra Mundial, no tiene un inventor concreto, anonimato que la hace ser más temida pues oculta su ingenio animal, sino que es de esos artilugios que la sabiduría popular crea para hacer el mayor daño posible de manera que la función acaba haciendo al órgano: impedir el avance enemigo evitando correr riesgos. Como el matamoscas o envenenar el abrevadero del vecino. La coincidencia de nombres se debe a que este sistema de alambrada se despliega como el fuelle de un acordeón, así de sencillo, como una concertina en las manos de un irlandés feliz y borracho. Nadie ideó su bucle diabólico: sencillamente, se almacena enroscada y se despliega como una serpiente.