Alfonso Ussía
Sochi, Sochi
Si mal no recuerdo, fue en los Juegos Olímpicos de México, en el decenio de los sesenta del pasado siglo, tan añorado por otra parte. La noticia enloqueció de alegría, en un principio, a los esforzados seguidores de la Delegación de España. «Al fin, los españoles han conseguido una medalla olímpica. Desgraciadamente, la Policía los ha detenido en el aeropuerto». De aquellos tiempos hasta hoy, la calidad deportiva y competitiva de España se ha agigantado. En los Juegos Olímpicos, España persiste en no brillar en el deporte por definición, que es el atletismo, pero nuestros deportistas ganan muchas medallas y no son perseguidos por la policía hasta el aeropuerto. España es una potencia deportiva mundial, y en los juegos paralímpicos, nuestra delegación arrasa. Lo cierto es que ahí hicimos alguna trampa. Al principio no estaba correctamente reglamentada la minusvalía específica para participar en cada especialidad. Se trataba de competir por las medallas en tiro con arco. Lógicamente, todos los participantes del resto de las naciones eran parcialmente invidentes. El nuestro era cojo, y veía perfectamente. Ganó. Después le quitaron la medalla por fresco.
Pero en el deporte de invierno, España es una calamidad. Ahora valoramos en su justa y admirable medida a la familia Fernández-Ochoa, al inolvidado Paquito y a su hermana Blanca. Hemos tenido mala suerte con las lesiones de María José Rienda, la guapísima y formidable esquiadora formada en los paisajes de su Sierra Nevada. Pero las noticias en los periódicos me recuerdan a las de antaño cuando informaban de los Juegos Olímpicos de verano. «Gran éxito en lanzamiento de martillo. Nuestro representante alcanzó el decimoctavo puesto». Las esperanzas de España se resumían en un gran patinador que patinó en exceso durante la competición y quedó cuarto, como el atleta Mariano Haro, que siempre quedaba el cuarto para desesperación de sus numerosos seguidores. Y sinceramente, no termino de comprender la escasa armonía establecida entre la nieve y los españoles. España es una nación montañosa. En Cataluña, Aragón, Cantabria, Castilla-León, Madrid y Andalucía existen extraordinarias estaciones para practicar el esquí alpino. Tuvimos a un chico que se nacionalizó español para participar en esquí de fondo, Juanito Muhlberg o algo así, que consiguió triunfar con enorme soltura, pero compitió con exageradas dosis de fármacos prohibidos, y como es natural, le quitaron sus medallas.
De Sochi, ese capricho blanco de Putin, vamos a tener que repetir la hazaña de intentar burlar a la policía rusa en el aeropuerto con el fin de conseguir alguna medalla, aunque sea de bronce. No veo posibilidad alguna de un triunfo limpio y deportivo. Tengo muchos, muchísimos amigos y conocidos que practican con frenesí el deporte del esquí. Todos, o al menos una mayoría aplastante, se han fracturado algún hueso durante sus relajados descensos. El esquí tiene esos riesgos, sin olvidar los que se ciernen sobre los esquiadores cuando la jornada finaliza por culpa de la ropa del «aprés-sky», que así se dice para quedar mejor. También he sufrido la pérdida de amigos e hijos de amigos que encontraron en la nieve traicionera la desgracia definitiva o una minusvalía de por vida. Eso no tiene ninguna gracia. Pero escribo esto con el fin de hacer comprender a nuestras autoridades deportivas que es preferible no ir a los Juegos Olímpicos de invierno, que ir tan malamente como vamos ahora.
Somos unos petardos en la nieve y en el hielo. Nos caemos. Sale un austriaco y llega. Sale un español, y se cae. El austriaco no es más inteligente. Simplemente, que sabe esquiar. Tengo la seguridad de que los lectores van a deducir que no me gusta nada el esquí. Deducen bien. Sólo nos trae gastos y disgustos. Ay, Sochi, Sochi.
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