María José Navarro

Suciedades

La Razón
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Hay una empresa de esas que se dedica a propiciar ligoteo entre gente colgada como una alcayata que ha hecho un estudio que es de los de darse chocazos contra la mesa: ha preguntado a los en-cuestados si volverían a quedar con alguien que tenga la casa hecha una pocilga. ¿Se imaginan? «Uy, sí, a mí me encanta todo manga por hombro, con trozos de pizza secos y sandwiches de fuagrás la Mina con las puntas para arriba. Y si ya hace semanas que no ha «pasao» una bayeta por el baño, tiene mujer para toda la vida». «Pasé a su baño y cuando vi su cepillo del pelo lleno de pelos y los tangas de otros días apilados en montaña comprendí que era la mujer de mi vida».

Bueno, pues según este sesudo estudio (en el que igual hasta se han gastado dinero), la mitad de los preguntados dice que no le vuelven a ver el pelo si el otro o la otra tiene la «queli» como el piso de «Los albóndigas en remojo».

Pero sobre todo lo dicen ellas, lo decimos nosotras, que llevamos desde la invención del WC esperando a que bajen la tapa. Parece poco probable que quiera una pasar la vida con un tío con Síndrome de Diógenes, pero de ahí a convertir el desorden en un asunto que pueda propiciar incompatibilidades va un mundo.

Como todo el mundo sabe, el amor te vuelve gilipollas, así que lo más probable es que veamos su casa como una patena aunque la tenga como debe de tenerla Diego Costa, con pinta de no haberse preocupado en la vida por el sifón de la ducha.

El amor es esa cosa ridícula y maravillosa que te quita vista, oído y olfato. Con evitar a los franceses, que es gente que no lava la lechuga ni se da un agua a las manos después de hacer pis, estamos «salvaos». (Qué fatiga para no escribir de Cataluña, oyes).