Restringido

Suma y sigue

La Razón
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Mientras la legislatura sigue en modo Kit Kat, a la espera de que los partidos dejen de agitar el cubilete y muevan la ficha adecuada que nos permita avanzar, la Justicia sigue su curso intentando delimitar la responsabilidad de cada cual en el feísimo asunto de la corrupción. De siempre se ha dicho que entre los pecados capitales, el de la envidia era el que más y mejor nos definía como país. Por lo visto, no es así. La codicia y la soberbia de creerse impune la sobrepasan con creces. Llegados a este punto, con operaciones policiales que no cesan, investigados a punto de comparecer ante el juez, presuntos que ya han comparecido y miles de sospechosos de enriquecerse ilícitamente engrosando las listas de lo que ya es una vergüenza nacional, deberíamos dejar de apuntarnos con el dedo a izquierda y derecha y hacer examen de conciencia como sociedad. Es absurdo pensar que sólo los corruptos deciden dedicarse a la política. Si hay tantos como parece que hay es porque en algún punto del camino el choriceo de lo público se ha convertido en parte de nuestra cultura. Claro que eso es muy difícil de digerir cuando lo que se «distrae» no es un paquete de folios de la oficina y cuando ningún informativo abre con la noticia de que el mangante de turno ha devuelto lo que se llevó.

El problema es que a pesar de lo que llevamos visto y padecido para algunos sigue siendo más importante señalar la basura ajena que limpiar la propia; ponerle ideología al delito en vez de acabar con él; utilizar la corrupción como munición en lugar de limpiarse los propios pies. No sé si iremos a unas nuevas elecciones, pero si es así sería muy de agradecer que antes todos fumigaran a fondo sus listas, porque si esto no cambia, va a ir a votar el lucero del alba.