Alfonso Ussía
Tintorro
Al organismo humano no hay sabio que lo entienda. Nos pasamos la vida inmersos en la analítica valorando el riesgo que nos procuran las transaminasas, colesteroles, ácidos úricos y demás enemigos de la salud, sin reparar en los inexorables avances de la ciencia. Tengo como cuñado a uno de los más grandes oncólogos de España. Su mujer,también lo es, especializada en oncología infantil. Los veo sufrir cada día. Después de agotadoras jornadas de trabajo llegan a su casa y estudian. Los grandes médicos no pueden dejar de estudiar la asignatura del desarrollo de la ciencia. Diariamente se anuncian nuevos sistemas y medicamentos que la investigación y los laboratorios procuran. No obstante, en mi humilde opinión, existe entre los sabios doctores una resistencia a reconocer que, en determinados casos, la mejor quimioterapia que puede aplicarse a un enfermo terminal de cáncer es el tintorro. Bolinaga lo está demostrando.
Claro, que hay tintorros y tintorros. Es urgente averiguar la marca, año de cosecha y composición química del tintorro en el que se zambulle habitualmente Bolinaga en la «Herriko Taberna» de Mondragón o en la tasca más cercana a su domicilio particular. Desde que fue puesto en libertad el asesino de tantos y secuestrador y torturador de José Antonio Ortega Lara con la excusa de su situación terminal, han pasado dos años, veinticuatro meses, y por su aspecto, podría competir, si aceptara entrenarse, en las próximas regatas de traineras. Para su fortuna, Mondragón es localidad sita en el interior de Guipúzcoa, y no tiene trainera. Pero sí frontón. Mientras los demás enfermamos, empeoramos, agonizamos y fallecemos, éste se lo pasará bomba jugando al frontón.
El secreto es conocer el tintorro, o el chacolí o el orujo que se atiza Bolinaga durante sus chiquiteos acompañado de su cuadrilla. La zona de Mondragón no puede considerarse de viñedos. Había vacas y ovejas, si mis recuerdos no me fallan. Infinitos prados verdes y unas montañas que dotaban a la localidad de un ambiente propenso a la depresión. «Eres más triste que Mondragón» era frase habitual en las pandillas de San Sebastián. Para mí, que el tintorro es de la Ribera navarra, y por ahí habría que iniciarse la investigación. Desde que los jueces se comportaron con tanta misericordia con el pobre moribundo, han transcurrido –insisto–, dos años. Trescientos sesenta y cinco días multiplicados por dos, que hacen un total de setecientos treinta amaneceres y atardeceres. Pero fundamentalmente, setecientos treinta aperitivos previos a la pitanza diurna y otros tantos anteriores al pienso nocturno. Si Bolinaga, como tengo entendido, consume tres tintorros antes de comer y cuatro antes de cenar, se alcanza una solución nada original por depender exclusivamente de la aritmética. Mil cuatrocientas sesenta visitas a la barra, que multiplicadas por siete consumiciones diarias nos ofrecen una cifra aproximada a los 12.220 tintorros ingeridos desde que fue puesto en libertad. Un hallazgo que no puede ser pasado por alto por investigadores, laboratorios, médicos y centros de salud, ya sean clínicas privadas o sanatorios públicos.
Además canta. Es conocida la buena voz de los vascos. Abundan magníficos conjuntos corales. Los «ochotes» están compuestos exclusivamente por hombres, y su origen se establece en las tabernas. Abundan las bellas canciones. Me aseguran que Bolinaga es un estupendo barítono que hace una segunda voz armónica y ajustada. Y esto es lo que hay. Tumbas y sufrimiento de un lado, y doce mil tintorros por el otro. Del cáncer, ni noticia.