Cástor Díaz Barrado
Todavía más incierto
El futuro próximo de Brasil es cada vez más incierto. A la delicada situación económica a la que, desde hace algún tiempo, vive el país se suma, ahora, la inestabilidad política. La destitución de Dilma Rousseff no ha sido pacífica, en términos políticos, y una parte de la población no está conforme con el nuevo Gobierno liderado por Michel Temer. La compleja situación de Brasil se expresa también en los aspectos de su política exterior. Parece que el esquema de integración que representa Unasur, y que está liderado por Brasilia, se encuentra estancado o, por lo menos, no tiene el impulso del que gozaba hace tan sólo algunos años. La presencia política de Brasil en el área latinoamericana ha disminuido y la imagen de un Brasil fuerte y con capacidad de liderar una importante zona del planeta se ha diluido, al menos por ahora. Los brasileños han comenzado a preocuparse por sus problemas internos y ni tan siquiera los Juegos Olímpicos de este año despiertan una gran ilusión. Los esfuerzos que se venían realizando para que Brasil, como país emergente y ya emergido, ocupara el lugar que le corresponde en la escena internacional se han interrumpido y se palpa una profunda desazón en el conjunto de la sociedad brasileña. Brasil no puede despreocuparse, en estos momentos, de su política exterior, a pesar de los avatares que se viven en el interior del país. Brasil no puede optar por el aislacionismo regional ni mantener tan sólo sus relaciones privilegiadas con Estados Unidos. El éxito de Brasil, en las relaciones internacionales, radica en su posición en la región latinoamericana y no tanto en su posición en el plano universal. Brasil no es una potencia mundial pero sí ha llegado a ser un punto de referencia inexcusable y una potencia en el plano regional. Las autoridades brasileñas deben pensar que ahora quizá les convenga su inserción en la realidad iberoamericana.
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