Martín Prieto
Tratantes de ganado
El populismo es carroñero, y desde la nada trepa por la cucaña de las miserias ajenas como genuino opio del pueblo, tal como aquellos tratantes de ganado en ferias extramuros que repoblaban la cabaña diezmada por las pestes vendiendo por barato vacas tuberculosas o mulas con las mataduras maquilladas con sebo rancio, y dándose al abigeato rematando su prosperidad como cuatreros. No es casual que en Atenas se recuerde ahora a Pericles, hombre ilustrado, buen orador y gran corrupto que desde 500 años antes de Cristo aún no ha presentado las cuentas del Partenón. Perón pedía pañuelos para limpiarse asqueado tras besar a los niños, y su Movimiento Justicialista comenzó regalando dentaduras postizas usadas y procede ahora ha suicidar fiscales tras haber arrasado una de las más prósperas economías. Desde los hermanos Graco la cuenca mediterránea es proclive a estos sueños de la razón, y así la ilusoria «Primavera árabe» deconstruyó la cornisa de enfrente en otras dictaduras o el Califato degollador. En Grecia, Francia o España los tratantes han encontrado nuevas oportunidades vendiendo crecepelo a ciudadanos infelices por una crisis financiera internacional, de las muchas, superadas, que se han dado. Desideologizados, superando las izquierdas y las derechas como Primo de Rivera, llegan despreciando la propiedad privada, la libertad de Prensa y demonizando la austeridad que creíamos virtud de ciudadanos y sociedades. Aupándose en el asamblearismo centralista superan la casta para instalar los privilegios de su nomenklatura. Imagen, oportunismo, indefinición, imprevisibilidad, cesarismo e igualdad autoritaria en una naturaleza desigual, son sus principales huellas dactilares. Los comunistas están muertos, pero como los personajes de Henry James en «Otra vuelta de tuerca», no lo saben y surgen del osario de la Historia bajo un sudario de harapos populistas, vendiendo la demagogia más abyecta en los espacios televisivos más cutres. Estos perillanes tratan al pueblo como ganadería y confían miserablemente en que funcione el vértigo del suicidio colectivo.
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