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Política

Ángela Vallvey

Ubi libertas

Ubi libertas larazon

«La libertad de expresión tiene límites», advierte uno de esos extremistas pirados que, desde el atentado al «Charlie Hebdo», están amenazando de muerte a todo aquel «que insulte al profeta». Los medios de comunicación occidentales se han hecho eco de las palabras de los malhechores, contribuyendo así a la libertad de información y expresión, que es un pilar sin el cual no puede existir la democracia. Está, pues, demostrado una vez más por la evidencia, que también los criminales tarados logran beneficiarse de la libertad de expresión, justamente cuando su objetivo es acabar con ella para imponer, en sustitución, el oscurantismo propio de sus más infames supersticiones. La libertad de expresión es luz, o por lo menos el lugar del que procede ésta. Jovellanos lo expresó bien, en su tiempo, en una carta a lord Holland que decía: «Sin escritores, sin imprentas, sin compradores de libros, la luz que nos puede venir por este medio es escasa y tardía». Yo me dedico a un oficio sin futuro —escribir en un mundo que está perdiendo la capacidad de poder leer mientras que, por ejemplo, no hace falta ni saber hablar para tener un enorme éxito económico y social en muchas otras actividades—, por eso quizás mi opinión sea interesada, pero siento que si se apaga esa luz, esa luminaria que es la libertad de expresión (crítica, mordaz, librepensadora, indómita), no quedarán ni las cenizas del gran proyecto milenario que ha sido Occidente. Hablar y expresarse en voz alta, haciendo públicas manifestaciones de análisis o reproche colectivo, político, religioso, económico, cultural o del tipo que fuere, es la única manera de garantizar unas sociedades modernas y democráticas. Callar, por miedo o interés crematístico (móviles que favorecen la fanática lobreguez del oscurantismo) sería una cobardía retrógrada que ni el pasado ni el futuro de Occidente merecen.