Luis Alejandre
Ucrania: poder y debilidad
Por supuesto, nos preocupa la situación en Ucrania, un país de 46 millones de habitantes, ribereño de un Mar Negro abierto a nuestro Mediterráneo, inmediato al despliegue del nuevo escudo antimisiles desplegado en Polonia, Rumanía y Turquía en el que participa España desde Rota «proporcionando flexibilidad operativa a la zona de operaciones de la Sexta Flota de EE UU». A este Mar Negro acudían nuestros abuelos para cargar trigo en sus puertos y revenderlo en los de la Península. No es difícil encontrar en Menorca cartas náuticas o pasaportes del «turco» concediendo, mediante cobro de peaje, derechos de paso y carga. Nos duele ver cómo manifestantes y policías se comportan con extrema violencia, en tanto jugando con el futuro del país, se mueven los interesados hilos de la política internacional. Y mientras se deshoja la margarita de decidir por la Rusia de Putin –créditos y gas a bajo coste– o por la Unión Europea–democracia, transparencia, derechos humanos, «zona comercial ampliada»– aparecen los Estados Unidos, deseosos no sólo de desplegar su escudo, sino de desbancar a Rusia de la joya estratégica del Mar Negro. Guerra en las frías calles de Kiev; guerra sucia en las cancillerías, cuando se filtran unas palabras de Victoria Nuland, adjunta a la Secretaría de Estado norteamericana para asuntos europeos, dirigidas a su embajador en Kiev: «Que se joda la Unión Europea». Se ha disculpado Nuland, considerando –balones fuera– «bastante interesante» el método empleado para obtener la información, tras comprobar que no sólo son los americanos quienes tienen la exclusiva de controlar comunicaciones. Mas contundente ha sido Angela Merkel, que ha considerado el «fuck you» totalmente inaceptable, defendiendo la política europea de la comisaria Catherine Ashton.
Me preocupa que Europa y Estados Unidos, las dos columnas que sostienen a la Alianza Atlántica, mantengan posturas diferentes respecto a Ucrania, diferencias que a la larga sufrirán los ucranianos. Victoria Nuland no es una diplomática cualquiera. Procedente de la Administración Clinton, fue brazo derecho del secretario de Estado Cheney durante la presidencia de George Bush. Entre 2005 y 2008 fue embajadora ante la OTAN, donde vivió la brecha aliada por la guerra y posguerra de Irak. Portavoz del Departamento durante la crisis libia, mantuvo la tesis –que se demostró errónea– de que el ataque al consulado de EE UU en Bengasi, en el que murieron el embajador Stevens y tres de sus hombres, se debió a una venganza por la difusión de un vídeo de carácter religioso, considerado insultante por el mundo musulmán. Nuland es además, la mujer de Robert Kagan, uno de los pensadores mas influyentes de la política exterior norteamericana de las últimas décadas. Considerado uno de los padres espirituales de los neoconservadores, coincidió con Javier Solana en Bruselas. Nuestro Alto Representante hizo circular entre sus asesores un ensayo de Kagan, «Poder y Debilidad», publicado en una revista de escasa difusión norteamericana de apenas 5.000 ejemplares. En pocos meses aquellos correos se habían convertido en un libro traducido a 12 idiomas. He seguido a Kagan desde que dejó escrito un libro sobre la Nicaragua sandinista, recién desplegados los contingentes españoles de Naciones Unidas en 1989. Diez años después continuaban sus ensayos, esta vez sobre Kosovo, tras los bombardeos aliados sobre Belgrado en la primavera de 1999. De allí extrae unas «interesantes pistas para el futuro». Aunque la campaña contra la Serbia de Milosevic fuera un éxito y representaba la primera acción militar de la OTAN en cincuenta años, el conflicto reveló sutiles fisuras en la Alianza, dado «el severo desequilibrio militar existente entre ambas riberas del Atlántico». No sólo casi todos los proyectiles de precisión lanzados eran de fabricación estadounidense, sino que además sus servicios de inteligencia facilitaron información sobre el 99% de los objetivos. Ni siquiera el Reino Unido, que se precia de ser una potencia militar, pudo aportar mas del 4% en aviones y bombas arrojadas.
Por último, me preocupa que cada vez que intervienen los norteamericanos, aparece el fantasma de las escisiones. No sería bueno para nadie que Ucrania se rompiese. Ya he citado a Kosovo. Europa comenzó la Primera Gran Guerra (1914-1918) con doce naciones y terminó con el doble. Comenzó la Segunda (1939-1945) con estas veinticuatro y terminó con cuarenta y ocho. En ambas guerras hubo, debemos reconocerlo con todo respeto, sacrificadísima intervención americana y sin ser suya toda su culpa, apareció el drama de la escisión.
Kagan nos recuerda en su ensayo un antiguo dicho: «En cuanto se tiene un martillo –poder–, todos los problemas empiezan a parecer clavos. Pero si no se tiene un martillo –debilidad–, no se quiere ver nada que se parezca a un clavo».
Los ucranianosnacionalistas, rusos, europeos- deben unirse y buscar solución a sus problemas. Mientras quienes tienen poder se mandan a tomar viento, ellos –en debilidad– pueden verse involucrados en la espiral de una crisis como la que estalló mas a poniente allá por los Balcanes.
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