Martín Prieto
Un hombre corriente
A José Mújica le siluetean como extravagante siendo un hombre corriente. Habitó su destartalada chacra prescindiendo de palacio y coche oficial; como algunos presidentes italianos, u Olof Palme, a quien de todos modos hubiera asesinado la Policía sueca. Su «escarabajo» del año del cólera no desentona del parque móvil más viejo del mundo donde los coches duran generaciones. El 90% del sueldo lo destina a generosidades, pero basta la aportación de su mujer senadora, y aunque le tildan de vegetariano es carnívoro, como rioplatense. La corbata se la prestan para ocasiones, pero en Nueva York ya solo visten ahorcados los conserjes de los hoteles. Con grandes lagunas (pasó de primaria a Tupamaros), su esposa, abogada, le desasna cada día con un orden de lecturas, y se apoya en el sentido común, esa rareza de la casta, la secta y la nomenklatura. Le metieron seis balazos y él dispararía más, sobreviviendo a 30 años de cárcel, 11 ininterrumpidos en condiciones inhumanas. Votada una amnistía para todos, cuando camina por la Avenida 18 de julio saluda a los sayones que le torturaron. No hizo funcionarios a los parados, sino que copió la Administración neozelandesa haciendo productiva una burocracia pequeña y eficaz. Como no tuvo a mano muchos ricos, prefirió dar confianza a la inversión extranjera y mantener una red bancaria internacional más o menos paradisíaca. Reducir la pobreza a la mitad es un plan a muy largo plazo, porque los ex guerrilleros desconfían de Keynes. Aunque participe del Foro de Sao Paulo, nada tiene que ver con el comunismo de IKEA que arma el chavismo. Mantuvo la gasolina a mitad de precio para los argentinos adinerados que ocupan Punta del Este, y ni se le ocurrió cuestionar la deuda del paisito. El ciudadano Pepe no pretendió voltear Uruguay como un calcetín abriendo abismos entre derechas e izquierdas. En su mandato avanzó por pasos zanjando problemas sin abrir otros. ¡¿Es que no hay más hombres corrientes por ahí!?
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