Artur Mas
Un interlocutor con alucinaciones
El problema de discutir con un idiota reside en que el público puede no advertir la diferencia entre los interlocutores. Sería conveniente no olvidarlo de cara a la campaña electoral que se avecina. A los independentistas, la convocatoria de elecciones les ha pillado desprevenidos y no dan pie con bola a la hora de arrancar su campaña, así que van a oírse muchas barbaridades, argumentos alucinatorios y pasadas de frenada contradictorias. Primero fue Marta Rovira quién hizo el ridículo mintiendo sobre las supuestas amenazas del Estado. Ahora ha sido Puchi, desde Bruselas, en la línea del conspiranóico más tópico de novela barata, dando a entender a una tele israelí poco más o menos que lo persigue un malvado servicio secreto ultra mesetario, que los catalanes queremos un Brexit porque Europa nos parece un club decadente, que los antidisturbios cargaron especialmente contra el colegio de sus hijos para vengarse porque le tienen manía y que él salió corriendo, después de decir «¡República!», no porque no tuviera preparada ninguna infraestructura, sino porque un malísimo servicio secreto mesetario podía lanzar una coqueta bomba atómica de bolsillo sobre su domicilio y regar de sangre catalana su urbanización de adosados de Girona. Lo grave es que TV3, dedicada casi exclusivamente a ser un spot propagandístico permanente de Puchi, difunde acríticamente esos delirios tendenciosos de un desesperado y algún pobre de espíritu puede que pique.
En general, la mayoría de los catalanes miramos a Puchi con sorna y nos preguntamos si no habrá frecuentado más de lo saludable la cercana frontera holandesa para visitar los «coffe-shops» y relajar su maltrecho sistema nervioso. La permanente sonrisa floja y forzada que últimamente se ha fosilizado en su cara, con la que emite tales alucinaciones, podía hacer pensar en un consumo desaforado de estupefacientes lisérgicos, pero no. Lo que sucede es que no ha digerido la realidad de lo mal que lo hizo y el fiasco provocado a la vista de todo el mundo. Igual que no han aceptado los suyos la realidad de los resultados de setiembre de 2015, que ya mostraban un empate y ningún mandato democrático. Y va para dos años la incapacidad de aceptarlo.
A Puchi lo pinta «Charlie Hebdo» en su portada como un santurrón que anuncia el apocalipsis, mendigando alguien que le haga caso por Europa, gritando que el mundo se acaba. Y es solo su mundo el que se acaba. Es un berrinche infantil pretender que si Europa te dice que te equivocas, Europa es mala. Artur Mas padecía algo similar en el programa de Évole, frente a cualquier argumento solo sabía bajar la cabeza y repetir con ceño: negación, negación, negación. Es una postura gestual psíquica de libro.
Ese es el principal problema que nos vamos a encontrar los constitucionalistas los próximos tiempos en Cataluña. Las nuevas elecciones seguirán mostrando un escenario general de empate aunque cambie de signo el escaño decisivo. Es la realidad social catalana. Los nacionalistas niegan la realidad desde hace dos años, porque les deja en ridículo después de hablar tanto de pueblo, himno y patria. A los constitucionalistas tampoco les gusta, pero al menos la reconocen y piensan que la única manera de desbloquearla es ponerse a hablar los dos bandos y acordar algo, en lugar de seguir huyendo hacia la nada con mentiras sobre que los catalanes en bloque quieren una cosa u otra. Pero el problema que se encuentran es como dar con un interlocutor al otro lado de la valla del independentismo que hable mínimamente el lenguaje de la realidad y no delire con misticismos conspiranóicos. El conflicto de encaje de los catalanes en España ya está superado. Lo que queda pendiente es el conflicto de encaje de los catalanistas en la propia Cataluña.
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