Política

Francisco Marhuenda

Un panorma inquietante

La Razón
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El mundo está lleno de regímenes autoritarios que se sientan en la ONU e incluso tienen un papel muy importante y con los que hay que mantener relaciones diplomáticas y comerciales. Unos son más brutales que otros, pero no respetan los derechos humanos y las libertades políticas. Nunca me ha gustado la ONU porque es insuficiente e hipócrita. Es mejor que nada, por supuesto, pero al igual que su antecesora, la Sociedad de Naciones, es la expresión de un enorme fracaso, aunque afortunadamente existe el derecho de veto que impide auténticos despropósitos. Estados Unidos y las democracias que ganaron la Segunda Guerra Mundial pudieron parar muchas iniciativas promovidas, directa o indirectamente, por la URSS o sus países satélites. No solo es la ONU sino organizaciones como la UNESCO, entre otras, donde se han refugiado los «herederos» del comunismo para seguir con sus despropósitos en todos los terrenos. Con el aplauso, por supuesto, de los pijo progres europeos.

No hay nada que pueda gustar más a la izquierda que algún papel sectario de alguno de esos satélites sin importancia de la ONU donde se ataque a Estados Unido, a Israel o a todo lo que huela a liberalismo y democracia occidental. Con ese papanatismo tan característico de una izquierda acomplejada abrazan esos documentos como si fueran las «tablas de la ley». La antigua América Hispana, los virreinatos en los que Gran Bretaña ayudó a sus elites para que se independizaran aprovechando la debilidad que vivía nuestro país durante la Guerra de la Independencia y luego con los conflictos internos durante el reinado de Fernando VII, han sido el caldo de cultivo ideal para la izquierda antisistema y se han establecido regímenes, como el bolivarismo chavista en Venezuela o el castrismo en Cuba, que vulneran los derechos humanos y persiguen a la oposición.

España hizo una extraordinaria obra en América que se ha intentado ensombrecer por medio de la Leyenda Negra, un cúmulo de mentiras promovida por los enemigos de la Monarquía Hispánica; algunos planteamientos y excesos del nefasto Bartolomé de las Casas; un grupo de hispanistas anglosajones aplaudidos por la izquierda y los historiadores españoles que abrazan la versión alternativa de la realidad aderezada con un indigenismo que ignora la brutalidad de los imperios inca y azteca. Es la consecuencia de todos aquellos que analizan la historia como si fueran seguidores de un equipo de fútbol y sacan de contexto los acontecimientos. La América Hispana era rica y próspera, pero sus clases dirigentes querían ser independientes no porque les preocuparan los indígenas sino porque buscaban mayor poder y riqueza. Gran Bretaña nos devolvió nuestro apoyo a la rebelión de sus colonias y favoreció, por motivos económicos y políticos, el fin del reino de España y de las Indias, que perdió su segundo apellido. Nos quedamos con Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El colofón final fue Estados Unidos, al que habíamos ayudado para que fuera independiente, cuando nos arrebató los restos del imperio que se había creado con el descubrimiento del Nuevo Mundo. El caudillismo y el populismo fue una constante en los virreinatos que se independizaron, tras una larga guerra civil que enfrentó a españoles contra españoles y donde los indígenas eran irrelevantes, hasta nuestros días.

Durante el siglo XIX y el XX, esas naciones hermanas se desangraron en numerosos conflictos que impidieron que fuera una de las zonas más avanzadas del mundo. México es un ejemplo triste de esa conflictividad y sobre todo de la aplicación de un modelo democrático de escasa calidad. América del Sur y el Centro fue una zona proclive al enfrentamiento entre EE. UU. y la URSS durante la Guerra Fría. Los gobiernos eran marionetas en un combate que se desarrolló en diversos frentes en África y Asia. Los restos de ese periodo se encuentran en países como la Venezuela de los amigos de Podemos, donde la oposición es perseguida con enorme brutalidad por el régimen de Maduro, o la Cuba de los hermanos Castro, que es un feudo neocomunista que tanto complace a la izquierda radical.