Joaquín Marco

¿Una mujer en la Casa Blanca?

No cabe duda de que los EEUU siguen siendo, pese a sentir ya el aliento de China en el cogote, la primera potencia mundial. Ha logrado salir de la crisis que inició con algunos rasguños mientras todavía los europeos andan renqueando. Su indiscutible recuperación, sin embargo, tampoco acaba de alcanzar a gran parte de su población. El presidente Barack Obama, el primer hombre de color que ocupa la Casa Blanca, mantiene no sin dificultades la política exterior de la gran potencia introduciendo, pese a la oposición de ambas Cámaras, algunas novedades. Es el papel que corresponde a los demócratas frente al conservadurismo republicano. La presencia de un presidente de color constituyó un hito que vino a demostrar cierta audacia, un cambio de valores, en los votantes. En su lucha por la designación en el partido tuvo que enfrentarse a Hillary Clinton, que había sido la primera dama en el mandato de Bill Clinton. Aunque parece ser que sus relaciones personales no son excelentes, Obama la designó como su Secretaria de Estado. Hace ya tiempo que se hablaba de su intención de presentarse de nuevo a la presidencia e incluso hace pocos días, en las Naciones Unidas, cuando intervino en la Comisión sobre la Condición de la Mujer fue presentada como la «futura presidenta de los Estados Unidos». A sus 67 años, abuela reciente, ha anunciado ya en un video de su fundación sus intenciones de concurrir a las elecciones en noviembre de 2016. Los republicanos llevan atacándola desde hace mucho y el anuncio les ha servido para calificar su posible éxito como el tercer mandato de Obama. Pero esta consideración no deja de ser fuego menor y hasta mal dirigido. Sin embargo, a Hillary Clinton le conviene mantener cierta proximidad con Obama para captar parte del voto negro e hispano. Su presentación no ha sido precisamente modesta, pero éste es el estilo que gusta en las campañas presidenciales: «Todos los americanos necesitan un campeón. Yo quiero ser ese campeón», declaró. Son palabras que manifiestan absoluta seguridad en sí misma ante el largo camino que podría culminar en el cargo ejecutivo más decisivo del orbe. Sería también, en el caso de obtener la victoria, la primera mujer en lograrlo. Existe, sin embargo, el precedente de Victoria Woodhull (1838-1927) que defendió en el programa de su partido, el Equal Rights, el voto femenino, el amor libre, el marxismo y la legalización de la prostitución. Fue fácilmente derrotada y acabó sus días en Inglaterra.

Poco amiga de la prensa, fría y distante, Hillary Clinton debe quebrar esta imagen. Sus primeros actos públicos como aspirante y candidata demócrata se realizarán en los estados de Iowa y New Hampshire en locales pequeños, sin excesivos alardes publicitarios y viajando en una furgoneta conducida por miembros del servicio secreto y acompañada por otros dos vehículos de seguridad. En su camino a Monticello, desde Nueva York, ya ha visitado un café y saludó a quienes encontró en las gasolineras del camino. Uno de los objetivos de su programa, aún sin definir, consiste en recuperar la confianza de las clases medias. En el viaje, ha abandonado su jet y las primeras imágenes de la campaña pretenden ofrecer un aspecto más popular y hasta populista. Como es de sobras conocido el éxito de las campañas presidenciales en los EE.UU. se basa tanto en la recaudación de dinero para publicitar al candidato como en el compromiso de los equipos voluntarios que han de incitar a los votantes. Se calcula que Hillary podría gastar unos 2.500 millones de dólares en el empeño. Ya las redes sociales norteamericanas bullen a favor y en contra. En las últimas encuestas, un 55% de estadounidenses la elegirían frente al posible candidato republicano Jeb Bush, quien todavía no ha hecho oficial su candidatura, al que prefiere tan sólo el 40%. El resto de los posibles candidatos republicanos quedan a mucha distancia. Sin embargo, sólo en una ocasión obtuvo la victoria el partido del presidente saliente. En este caso la ventaja de la popularidad de la que ocupara ya la Casa Blanca y representara más tarde la política exterior de su país, aunque discutida, le añade más posibilidades. Sus contrincantes en el partido, Joe Biden, se encuentra a 47 puntos de distancia y Elizabeth Warren, que representa el ala izquierda del partido demócrata, pese a los apoyos de Susan Sarandon y de una parte de las estrellas de Hollywood, a 52. Posiblemente Hillary se ahorre, en consecuencia, las primarias. El éxito de la candidatura de Hillary parece en estos momentos bastante factible, pese a las críticas que los republicanos no van a ahorrar.

De presentarse Bush –lo más probable– se enfrentarían dos dinastías de políticos y dejarían al margen al republicano de 43 años Marco Rubio, de origen cubano, senador por Florida y ultraconservador, que entiende que elegir a Hillary supondría un regreso al pasado, y también a los que ya le precedieron, Ted Cruz y Rand Paul. Su popularidad la favorece de una parte, pero de otra mantiene la imagen de una continuidad política. Los republicanos van a reprocharle sus excelentes relaciones con Wall Street y el dinero que algunos países como Arabia Saudí han entregado a la Fundación Clinton, dedicada a favorecer a los países subdesarrollados y a la defensa de los derechos humanos. Consciente de que éste puede ser uno de sus talones de Aquiles ha abandonado ya su consejo de dirección que ha dejado en las manos de su esposo Bill y de su hija Chelsea. No pasarán tampoco por alto el escándalo de haber utilizado una cuenta privada de correo electrónico cuando era secretaria de Estado y habrá que sumar a todo ello los diplomáticos muertos en Bengasi. Pero éstos y otros escándalos parecen no afectar todavía a esta mujer que domina el arte de la política. De obtener la presidencia, Europa, con el poderío alemán dirigido por Angela Merkel, y EEUU, con Hillary Clinton, demostraría que las políticas de mayor responsabilidad restan ya en manos femeninas. El camino de la igualdad entre los sexos en Occidente es largo y tortuoso. Nada que ver hoy con la situación de la mujer en otras zonas del mundo. Pero la llegada de Hillary Clinton en la Casa Blanca supondría también un símbolo a tomar en consideración. La mujer occidental no ha de luchar ya por su derecho al voto sino por la igualdad.