Política

Referéndum en Escocia

Unidos por el Imperio

La Razón
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La unión de Inglaterra y Escocia en 1707 no fue la lógica conclusión de un acercamiento deseado entre dos pueblos. El reino de Escocia vivía una crisis financiera grave. El proyecto Darién para crear una colonia en el istmo de Panamá, llamada Nueva Caledonia, había sido un fracaso económico. Con las arcas vacías, el Parlamento escocés, la reina Ana Estuardo y su consejo privado se acercaron a Inglaterra para recibir ayuda. Los ingleses padecían un problema distinto. Guillermo III no tenía descendencia. Involucrada toda Europa en la Guerra de Sucesión española, Inglaterra deseaba mantener su independencia frente a la Francia del Borbón Luis XIV.

Así, un año antes de la muerte de Guillermo III, el Parlamento inglés votó el Acta de Establecimiento (1701) para que heredara la Corona el pariente protestante más cercano a Ana Estuardo –cuñada del rey–. El Acta señalaba así a un miembro de la alemana Casa Hannover. El problema fue que el Acta no fue consultada con el Parlamento escocés que, herido y con el beneplácito de la reina Ana, se negó a aceptarla. La tensión aumentó. Escocia no quiso recaudar más impuestos y amenazó con retirar sus tropas de España. Inglaterra, en respuesta, aprobó la Ley Extranjera (1705) que impedía la importación de productos escoceses, lo que aumentó su crisis económica. Ahogado por la deuda, el Parlamento escocés aceptó la unión. El debate en Escocia fue largo y enconado. El partido de la corte, el cercano a la reina Ana, era partidario de la unión. Enfrente estaban los jacobitas, un movimiento que hizo su aparición con la Revolución Gloriosa de 1688 que destronó a Jacobo II Estuardo, católico, escocés, como rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, en favor de María II, también Estuardo pero protestante. Los jacobitas eran católicos y buscaron la coronación del heredero «legítimo», Jacobo Francisco. Tras el conflicto religioso había uno político: el mantenimiento de las instituciones propias de Escocia frente a Inglaterra.

Los enemigos de la unión estuvieron muy divididos; en parte por los sobornos ingleses que recibieron sus diputados, llamados por eso squadrone volante. El Acta de Unión (o Tratado, según los textos escoceses) fue aprobada por el Parlamento de Edimburgo por 110 votos contra 67, el 16 de enero de 1707. No valieron las numerosas peticiones populares que llegaron a los parlamentarios, o las protestas multitudinarias en varias ciudades. La oposición en las calles degeneró en violencia, lo que obligó a establecer la ley marcial. El Gobierno inglés había enviado a Escocia a Daniel Defoe –el autor de Robinson Crusoe– y William Patterson –banquero escocés– para hacer propaganda por la unión. Defoe informó que los escoceses no la aceptarían, que «incluso los whigs acérrimos declarán abiertamente que se unirían a Francia y al rey Jacobo o a cualquiera con tal de no ser insultados por el inglés». George Lockhart, jacobita y miembro de la comisión negociadora del Acta, declaró que «toda la nación parece contraria a la Unión». John Clerk, unionista, no le desmintió cuando afirmó que tres cuartas partes de los escoceses la repudiaban.

El Acta de Unión proclamó a la reina Ana soberana de Gran Bretaña, creó un Parlamento común situado en Westminster, y estableció las relaciones económicas entre los dos reinos; entre otras cosas, un subsidio inglés a Escocia para pagar su deuda pública. La nobleza escocesa estaría representada en el Parlamento de Wetsminster por 16 pares, mientras que en la Cámara de los Comunes habría 45 diputados escoceses. Técnicamente, Escocia siguió siendo un reino independiente, con su Iglesia, educación, justicia y derecho propios.

Pero la ayuda económica inglesa tardó en llegar, mientras que desaparecía el Parlamento escocés, el Consejo Privado y se incrementaban los impuestos. Las anti-unionistas aumentaron sus protestas, hasta el punto de que sus representantes en Westminster presentaron en 1713 una moción para disolver la Unión. Dos años después, tras la muerte de la reina Ana, los jacobitas se levantaron en armas para sentar en el trono de Escocia a Jacobo Francisco. Y lo mismo hicieron en 1719 y en 1745, con el lema: «Prosperidad para Escocia y no Unión». Su derrota dio lugar a una gran represión de los jacobitas.

El gobierno de William Pitt el Viejo, primer ministro desde 1756 a 1761 y entre 1766 y 1768, cambió esta situación. El proyecto para crear un Imperio creó entonces el concepto de «britanidad», con una identidad, cultura y futuro comunes. Al tiempo, la revolución industrial, con el escocés James Watt y su máquina de vapor, y la agraria, en la que el mercado inglés fue básico, permitieron el rápido desarrollo de Escocia. Esto, a su vez, favoreció la Ilustración escocesa a finales del XVIII, con David Hume y Adam Smith, entre otros, que hizo que los burgueses ingleses enviaran a sus hijos a estudiar a las universidades escocesas. La Revolución Francesa no consiguió dividir a los ya británicos, y el XIX, la era victoriana, fue un siglo de unión y prosperidad. El ciclo terminó tras la destrucción del Imperio en la primera mitad del siglo XX. Los escoceses volvieron los ojos sobre sí mismos, nació el Partido Nacional Escocés, y resucitó el separatismo.

*Profesor de Historia de la UCM