El desafío independentista
Vértigo catalán, vértigo europeo
¿Y si no se abre el paracaídas? Es la pregunta que no pocos dirigentes del secesionismo catalán se deben de estar planteando a día de hoy. El ritual para el salto en aire se ha seguido al pie de la letra, pero fuera del avión las condiciones meteorológicas no parecen las más adecuadas ¿será este el momento o nos habremos pasado de frenada? No hay más que escuchar entre otros a Artur Mas el «Mandela de la Costa Brava» o repasar en medios de comunicación catalanes comentarios de los más «cafeteros» para reafirmarnos en que la palabra que va a marcar esta semana es «vértigo».
Vértigo frente a un éxodo empresarial que se puede ver multiplicado a partir de mañana mismo si Puigdemont acaba por decidirse a dar el salto al vacío declarando la independencia unilateral como buen «kamikaze» elegido de inicio por la CUP. Vértigo también especialmente patente en ese sector del PdeCat que no tuvo en los últimos meses el arrojo suficiente para cortar amarras, temerosos de una vuelta a la prueba del algodón de las urnas –las de verdad– que de forma inmisericorde les arrinconarían como cuarta o quinta fuerza política. El paso a una posible oposición siempre bueno para «quitarse michelines» puede quedar en un triste anhelo de indultos tras la lenta pero ya activada maquinaria judicial.
Vértigo en el Gobierno de la Nación que con toda lógica pondera respuestas –ya se ha eliminado el término «proporcionadas»– sabedor de que el artículo 155 de la Constitución, ese por el que claman González, Guerra o Rivera en el foro de este periódico también tiene mucho de salto al vacío, tanto por la irreversibilidad a corto y medio plazo como por las imprevisibles consecuencias a largo. Su aplicación –que nadie se engañe– puede ser tan justa y necesaria como visible y muy tangible. Vértigo en el PSOE cuyas juntas y tornillos vuelven a chirriar en la sala de máquinas de Sánchez a la hora de modular su apoyo al Gobierno frente a la gravedad del desafío y vértigo en Europa como se demuestra en lo poco trascendido de la conversación entre Juncker y Merkel en la que el presidente de la Comisión y la canciller se tentaron no poco la ropa a propósito de las consecuencias del órdago .
Lo ha apuntado el ex primer ministro francés Valls, hijo de catalanes. Esta locura puede desatar los peores demonios de Europa de la mano del independentismo corso, del vasco, del flamenco, del occitano, del bretón, del de Baviera o el más puntual del Veneto, con referéndum legal junto a Lombardía para ampliar o no competencias a la vuelta de unos días y con la política italiana patas arriba. Eso sí, del vértigo sólo parece salvarse una televisión pública catalana que, tan secuestrada como el sistema educativo sigue a lo suyo y ayer volvió a demostrarlo tirando de medias verdades o señalando al «falangismo» como impulsor de la imponente manifestación cívica por la la unidad de la Nación española en Barcelona. Y se quedan tan anchos.
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