Ángela Vallvey

Violencia e identidad

Me gusta citar la locución latina «nihil violentum durabile» (la violencia no perdura). El ser humano no es capaz de vivir bajo el constante predominio de la violencia. Resulta un esfuerzo extenuante. Sin embargo, hay personas, dogmas e ideas que promueven la brutalidad. Que crean sociedades que no prosperan, no avanzan en la conquista de derechos humanos, no florecen jamás.

Cuando se sufre un atentado a manos de islamistas radicales como el del «Charlie Hebdo», la buena sociedad europea se echa las manos a la cabeza temiendo que brote la islamofobia por doquier. Si bien Europa lleva mil trescientos años soportando violencias y agresiones de origen islámico integrista y en la actualidad son muchos los millones de mahometanos que viven en territorio europeo, bajo la tolerancia de los mismos europeos de los que se teme un comportamiento «islamófobo». Porque en la esencia fundacional de Occidente se encuentra la comprensión y benevolencia hacia las distintas religiones, de la misma manera que el islam radical se siente incómodo compartiendo el espacio del mundo con el resto de fes. Desde que los árabes pusieron por primera vez los pies en Europa, los europeos huyeron hacia el interior, hasta que llegó un día en que el Mediterráneo parecía de propiedad musulmana y los bizantinos, por ejemplo, se quedaron sin el derecho a navegar libremente por las mismas aguas de Ulises y Menelao.

En cuestión de violencia, el integrismo islámico siempre gana a la pacífica Europa. Pero Occidente es moralmente superior, en su repudio de la violencia, sobre aquellos que la cobijan y promueven. Los terroristas del Kaláshnikov no son franceses. Francés era Ahmed Merabet, el policía árabe asesinado en el ataque a «Charlie Hebdo». Pero esas bestias carniceras que han atentado contra la libertad europea nunca han sido francesas, pese a haber nacido en Francia.