Agustín de Grado

Voz de alerta

Los españoles no conceden mayorías absolutas fácilmente. Adolfo Suárez y Rodríguez Zapatero nunca la obtuvieron. La alcanzó aquel Felipe González joven y seductor que ofreció un socialismo renovado a una España preparada para el cambio. Tuvo que ganársela Aznar con cuatro años de éxito económico. En mayor medida que a Aznar se le entregó a Rajoy como capital para afrontar una herencia descomunal: una nación quebrada.

En año y medio, ese crédito electoral se volatiliza de forma preocupante. La gestión en tiempos de crisis no es popular. Exige medidas dolorosas que luego repercuten en las encuestas. Rajoy acertó en el diagnóstico: sin equilibrio en las cuentas públicas no habrá Estado del Bienestar que conservar; no se puede gastar lo que no se tiene. Y el Gobierno se entregó a un pragmatismo responsable que ha estabilizado a un enfermo en situación crítica. La determinación para que ni la promesa de contención fiscal fuera obstáculo al objetivo fundamental no se ha aplicado a la hora de ejecutar recortes de gasto político ejemplarizantes. Aquellos que, sin excesivo coste de empleo, al menos llevan al ánimo de la sociedad que estamos ante un esfuerzo compartido. Si además de infringir el principio de la austeridad fiscal que corre por las venas del PP, el Gobierno desconcierta a sus votantes con soluciones a la carta para intentar desactivar los desafíos a la idea de la España unida de ciudadanos libres e iguales que vertebra al centro-derecha, las alertas se disparan.

Es la voz que dio Aznar con su entrevista. Meciéndose en «la lánguida resignación» de que nunca hay alternativa posible, ni siquiera en el programa con el que ganó las elecciones, el PP corre un riesgo cierto: seguir el camino del PSOE y convertirse en un partido abandonado incluso por su electorado natural.