Restringido

¿Y ahora qué?

La Razón
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Empieza el nuevo año con un panorama político de la mayor incertidumbre que hayamos conocido en toda la democracia. Los dos últimos procesos electorales, las elecciones catalanas y las generales, proyectan no sólo la fragmentación del voto y la ruptura de muchos ciudadanos con los partidos que tradicionalmente han sido depositarios de su confianza, sino que ponen en cuestión la gobernabilidad de las instituciones. El Sr. Artur Mas, en una carrera sin sentido hacia un callejón sin salida, ha sido un buen ejemplo del irracionalismo político. No fue el cabeza de lista de la candidatura por la que se presentaba, ha enterrado a Convergencia Democrática de Catalunya como consecuencia de su plan independentista y la corrupción, y después de más de tres meses desde que se celebraron las elecciones sigue muy cuestionada su candidatura y Cataluña con un presidente en funciones. Ha llegado a una situación esperpéntica marcada precisamente por la pérdida de independencia política de los ex convergentes para someterse a la CUP, la última derivada del movimiento anarquista catalán. Nadie sabe bien cuáles son los objetivos del Sr. Mas, convirtió las elecciones en un plebiscito que perdió, continuó la huída hacia adelante enrocándose aún más en el nacionalismo separatista y el 20-D le ha hecho trizas con la fuga de la mitad de su electorado respecto a 2011. El Sr. Mas ha tocado fondo políticamente, se ha convertido en una parodia de sí mismo y hoy es, probablemente, una de las figuras más desprestigiadas de la política.

Nadie sabe que decidirá la CUP, pero siete millones de catalanes y una buena parte del resto de España, están pendientes de una tercera votación asamblearia de 3.000 personas. ¿No debería reflexionar lo que queda del nacionalismo catalán, asumir el fracaso de su proyecto, convocar nuevas elecciones, retirar al Sr. Mas del panorama político y enterrar los planes soberanistas? De lo contrario, solo nos cabe pensar que ostentar el poder a cualquier precio es lo único que les interesa, haciendo gala de una adicción letal. Se suele decir que el poder cambia a las personas, pero un buen amigo me hacía una reflexión hace unos días en la que entiende que no, que el poder sencillamente «las desnuda» y nos permite ver nítidamente cómo son. En realidad, la situación de Cataluña es también el triunfo de los antisistema que han puesto en jaque a todo el funcionamiento de las instituciones, el ataque a la democracia representativa tiene consecuencias como esta. Una de las acusaciones, ya clásicas, hacia los partidos era su endogamia, en la que un reducido número de personas, sus militantes, tomaban decisiones que afectan a millones de personas. El marco general también es vulnerable a situaciones como éstas, la complejidad de los partidos de nuevo cuño, la yuxtaposición de movimientos, proyectos e ideas aporta nueva volatilidad al sistema. De esta manera Podemos desea formar cuatro grupos parlamentarios correspondientes a los cuatro movimientos que confluyen en su representación parlamentaria: Podemos, En Comú, Podemos-Compromis y Podemos-En Marea-ANOVA-EU. Es decir, bebe de las fuentes del independententismo gallego y valenciano y contó con los votos de la propia CUP en Cataluña. Un partido cuya representación parlamentaria nace de la suma de nacionalismos periféricos constituye una circunstancia de difícil gobernabilidad para el Sr. Pablo Iglesias dentro de su propio partido.

El 20-D los ciudadanos castigaron en las urnas al PP y al PSOE, pero dudo que detrás de ese voto de castigo, estuviesen legitimando una manera asamblearia de afrontar los problemas que afectan a la vida de los ciudadanos. También dudo que un voto a Podemos en Madrid o en Ciudad Real fuese un voto de confianza a una forma de entender la sociedad, con sus problemas y soluciones, como la de la CUP o la de las Mareas gallegas. Dada la aritmética parlamentaria, vienen meses de incertidumbre en el que los dirigentes políticos deberían mirar la experiencia catalana como un ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas. Es probable que haya que repetir elecciones, los futuros resultados serán una repetición de los actuales o tendrán cambios sustantivos en función de cómo logren conectar las diferentes formaciones con los electores. El PSOE no puede volver a fallar, no por sus intereses, sino por el conjunto del país.