Mirando la calle

Cómplices

«La prostitución no desaparecerá nunca, pero conviene ponérselo un poquito más difícil a los malos, que son unos cuantos y lo sabemos»

Ahora que se acaba de tumbar la ley contra el proxenetismo del PSOE, me corroe la duda de saber si los que no son abolicionistas (es decir, los que no piensan que hay que condenar el proxenetismo, la explotación y el consumo de prostitución, pero nunca a las mujeres que la ejercen), de verdad defienden la regulación. Porque más allá de la guerra de cifras, en las que las víctimas de trata no pueden figurar salvo si ya han dejado de serlo, puesto que, por temor a las amenazas de muerte de los proxenetas a ellas y a sus familias, no denuncian y, por tanto, es como si no existieran, es verdad que hay mujeres que se prostituyen de manera voluntaria o porque la vida no les ha dejado otra opción. Poquísimas en el ámbito del lujo. Hablemos del resto.

Imaginen que les regulan eso que llaman «trabajo» y que yo, por aquello del pago de carne humana me niego a considerar como tal. Hay dos opciones. Que sean autónomas o que sean contratadas, por los, ejem, «empresarios» de los clubes de alterne. ¿De verdad creen los defensores de la regulación que esas autónomas podrían pedirle una factura a los, ejem, «clientes»? ¿En serio piensan que esos, ejem, «clientes» reconocerían documentalmente que han contratado los servicios de una «trabajadora sexual»? ¿También que ellas sacarían suficiente rendimiento a su actividad como para pagar la cuota, al gestor y los impuestos trimestrales…?

En el segundo caso, que sean contratadas por un club, ¿consideran que los, ejem, «empresarios» van a favorecer contratos indefinidos a mujeres sin papeles, para que trabajen hasta que se jubilen a los 65 años? ¿Que esos, ejem, «empresarios», van a aceptar las bajas por enfermedad, el reingreso a sus funciones después de, qué sé yo, una quimio, o que se cojan sus permisos de maternidad o incluso que opten por horarios reducidos por lactancia?

Verán, la prostitución no desaparecerá nunca como tampoco los asesinatos, las estafas o el mal en el mundo; pero conviene ponérselo un poquito más difícil a los malos, que son unos cuantos y lo sabemos...

Por eso somos cómplices.