Editorial
Cuando el principal problema es la ministra
Aquellos que han hecho posible que los españoles gocemos de un sistema de salud entre los mejores del mundo se merecen y se han ganado alguien al frente del Ministerio que los respete y los escuche
Cuando Pedro Sánchez aceptó la propuesta de Yolanda Díaz de colocar a Mónica García al frente del Ministerio de Sanidad para corresponder a la cuota de Más Madrid no podía desconocer a quien ponía al frente del departamento encargado de uno de los pilares del estado del bienestar. En cualquier caso, el presidente persistía con su aquiescencia displicente en el patrón sobre el peso que concebía en su gobierno a ese Ministerio con el nombramiento de seis ministros en seis años. Si la estabilidad y la certidumbre son reconocidas virtudes en cualquier servicio público, en cuanto a los asuntos de la salud crecen exponencialmente, algo que Sánchez ni siquiera ha considerado en su mandato. Tampoco podían ignorar el perfil y el bagaje de la doctora Mónica García en la política madrileña los compañeros de profesión, caracterizada por su extremismo sectario y su talante incendiario con esa especial inquina hacia Isabel Díaz Ayuso que se llevó consigo hasta la regalada cartera ministerial. Su etapa al frente de la Sanidad española únicamente ha confirmado los peores presagios sobre el desempeño que cabía esperar como fuente de conflictos, enfrentamientos y agrias polémicas hasta conducir a uno de los mejores sistemas de salud del mundo a una crispación extrema y a un desgaste agudo. En realidad, y pese a carecer de las principales competencias que se encuentran en manos de las comunidades autónomas, Mónica García se ha esforzado desde su despacho en generar un clima de toxicidad que ha irradiado al entero colectivo sanitario. Los problemas han ido a peor con más pacientes en lista de espera, más retrasos en la incorporación de los medicamentos innovadores, déficit de profesionales, crisis de Muface e indignación de los médicos que han sido objeto de sus hirientes e injustos comentarios sobre su presunto estatus de privilegio. El borrador del Estatuto Marco de los sanitarios ha sido la gota amarga que ha colmado el vaso de la paciente templanza de los facultativos, junto a la intransigencia y la soberbia de Mónica García en el abordaje de la crisis. Hasta la fecha, las reivindicaciones que giraban en torno a la necesidad de un estatuto propio de la profesión médica que contemple sus particularidades formativas y garantice unas condiciones laborales dignas solo han recibido portazo y desconsideración. La consecuencia ha sido la insólita unidad sin fisuras de los galenos españoles que ayer salieron por miles a las calles de Madrid para expresar su rechazo absoluto a la ministra, la cacicada del Estatuto y su estilo despótico con el que camufla su incapacidad y sus fobias particulares. Aquellos que han hecho posible que los españoles gocemos de un sistema de salud entre los mejores del mundo se merecen y se han ganado alguien al frente del Ministerio que los respete y los escuche.