El buen salvaje

Los cuervos ya planean por donde duermen los muertos

Lo malo es que en estas tierras cuando se descubre al mentiroso, que como bien dice Félix de Azúa es el que sabe que está mintiendo, no el que comete un error, no pasa apenas nada

Los pájaros, o los pajarracos que bloquean los cantos de otras aves en redes sociales, nos despiertan cada día con su terrible sonido. Es un ruido enfermizo que estremece y llama a que bajen los cuervos, como en el poema de Rimbaud: «Donde duermen los muertos/ de antaño(...)/ ¡Sed pregoneros del deber /¡Oh nuestros negros pájaros fúnebres. Digo yo: La belleza lo anticipó todo. El último pío pío llega desde Navarra. Bildu tendrá la alcaldía de Pamplona donde aguardaban los cuervos para saludar a los difuntos. Es lo que quería decir, que un poema o es premonitorio o es un reportaje escrito de una manera extraña y loca. Rimbaud y sus cuervos lo clavaron.

En el poemario de España, el país que ha parido bardos como para asar una vaca, hay ahora una bruma baja como el del final de «The Crown», hace un frío raro que llena de escarcha cualquier juzgado. Todo es una mentira aposta que acaba siendo verdad. Lo malo es que en estas tierras cuando se descubre al mentiroso, que como bien dice Félix de Azúa es el que sabe que está mintiendo, no el que comete un error, como es el caso cuerveril que nos ocupa, no pasa apenas nada. Son tantas las mentiras ya que hay una cierta anestesia de masas, una ketamina aérea, un no sé qué de Mathew Perry, que todo lo envilece y que hace más daño que el humo en las terrazas.

Se cumplen cincuenta años desde que se diera a conocer «Archipiélago Gulag», el libro en el que Alexander Solzhenitsyn dio a conocer en Occidente las atrocidades del comunismo. Algunos alarmaron antes que él, pero no los creyeron. A Solzhenitsyn, que ya había ganado el Nobel en 1973, le llamaron loco y farsante. «Chorizo de las letras», dijo de él Juan Marsé. Un ejemplo de la crema de la intelectualidad. Luego tuvieron que ponerse un esparadrapo en la boca del corazón, uno pequeñito porque la penitencia para un ornitólogo con mucha pluma resulta un insulto.

Algo parecido sucede en este tiempo de cuervos. Se conoce todo lo que se cuece, ese intento de totalitarismo negro como sus alas del que vienen advirtiendo ornitólogos de izquierda y de derecha, pero nada. Los pájaros, como en la película de Hitchcok, acabarán atacando, ya lo están haciendo, y parece algo normal o irremediable, como el cambio climático. Hay papagayos que disfrutan incluso esparciendo lo que saben que no es cierto, guacamayos que exhiben su mejor perfil, loros a punto de ser tratados como a periodistas. Y luego están los cuervos.