Las correcciones

Mi deseo para 2024

Contra Putin no cabe la equidistancia. Occidente debe permanecer al lado de Ucrania

2023 ha terminado con una guerra por tierra, mar y aire en la Franja de Gaza provocada por un ataque sin precedentes de Hamás en las comunidades judías del sur de Israel, que destapó los agujeros de seguridad del que se creía el ejército más poderoso de Oriente Medio. Una escalada bélica que a diferencia de los otros episodios de violencia sucedidos desde 2007 -año en el que Hamás accede al poder en Gaza- nos asoma a lo desconocido. 2023 concluye como uno de los años más conflictivos desde el fin de la Segunda Guerra mundial. En solo doce meses, la violencia política ha aumentado un 27%. Y se estima que 1 de cada 6 personas en el mundo ha estado expuesta a un conflicto en los últimos doce meses, según datos recogidos por el Cidob.

No es casualidad que este pico de violencia coincida con una crisis de liderazgo en Estados Unidos, la principal potencia del mundo libre. EE UU parece dudar de cuál es su posición dentro del tablero internacional. Las tentaciones aislacionistas de un sector del Partido Republicano han puesto en entredicho la asistencia financiera y militar a Ucrania, clave para que el país invadido se defienda de la agresión rusa. Biden ha tratado de utilizar su influencia para que Israel cambie su aproximación en la guerra de Gaza para reducir el número de bajas civiles que amenaza con enquistar todavía más el conflicto en las generaciones futuras, mientras una mayoría de los americanos se muestra a favor de que su nación deje de ser el gendarme del mundo. Con las elecciones presidenciales de 2024 en el horizonte, el mundo observa con inquietud una eventual disputa entre un mandatario octogenario cuyas capacidades están cuestionadas y un candidato que debe responder ante la Justicia por delitos de enorme gravedad como el de conspiración en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.

El intelectual francés Raymond Aron estaba convencido de que Stalin y la URSS se habrían apoderado de Europa Occidental de no ser por el temor de que esa expansión desencadenase una guerra nuclear con Estados Unidos. La doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada entre las dos superpotencias evitó la debacle. Pero, diría Aron, no habría que olvidar que la vocación imperial de la Unión Soviética era manifiesta, como lo mostraban todos los países satélites de la Europa Central y Oriental, y Occidente no podía relajarse. Putin, un presidente que calificó la implosión de la URSS como la mayor catástrofe del siglo XX, ha recuperado esta dialéctica en Ucrania. No se puede ser tan ingenuo como para pensar que si la aventura ucraniana termina con éxito para el jefe del Kremlin la invasión se detendrá en Kyiv. Sea cual sea el resultado de las elecciones del 5 de noviembre, Estados Unidos no puede caer en el pesimismo sobre su propio declive. El país de la libertad debe asumir su rol de liderazgo global. En la geopolítica no existen el vacío. Si EE UU no ejerce su papel lo hará otra potencia ascendente, ¿China?. Aron defendía que «en la guerra política, no hay ni puede haber neutralidad». Contra Putin no cabe la equidistancia. Occidente debe permanecer al lado de Ucrania. Es mi deseo.