El trípode del domingo

Domingo de Ramos

En ningún país, la fe en aquel Hombre-Dios ha sido tan intensamente reconocida como en España

El domingo de hoy, la Iglesia conmemora un episodio de un profundo significado en la Historia de la Humanidad por su trascendencia, y que constituye el pórtico de la Semana Santa. Es el día en que Jesucristo, rodeado de aclamaciones por considerarlo el rey de los judíos, entró en Jerusalén (a lomos de un pollino…). Él ni necesitaba ni quería la efímera gloria terrenal y humana, y sabía que en pocos días, en esa ciudad donde era recibido entre vítores y alabanzas, sería condenado a morir crucificado como un vulgar criminal y flanqueado de dos ladrones. Y ello tras ser azotado cruelmente, coronado de espinas, abofeteado y escupido a la cara, mofándose de quien querían coronar como rey.

En la semana que se inicia, el calendario litúrgico de la Iglesia evoca esos acontecimientos que constituyen la Pasión del Señor y que marcan el comienzo de un tiempo nuevo para el mundo, siendo el mayor acontecimiento de la historia desde el Big Bang que dio comienzo a la creación del Universo, que se estima que fue hace unos 13.750 millones de años. En la sociedad occidental estamos viviendo el año 2025 de la Era Cristiana, que mide el tiempo según los años transcurridos desde el nacimiento en Belén de aquella Persona Humana y Divina, verdadero Dios y verdadero Hombre, y que 33 años después viviría esa dramática Pasión.

Hoy –afortunadamente «todavía»– los católicos del mundo, mayores y niños, llevan a la iglesia para ser bendecidos ramos, palmas y palmones, que agitan alegres en sus manos, evocando aquella triunfal jornada vivida en la ciudad santa de Jerusalén, que es celebrada aclamando al que reconocemos como Rey del Universo y Rey de la Creación. La matización de «todavía» hace referencia a la descristianización padecida por ese mundo occidental construido sobre el trípode de la filosofía de Grecia y el derecho de Roma, ensamblados en torno a los valores y principios cristianos.

En la edificación de esa sociedad cristiana, España ha tenido un papel destacado como instrumento elegido por la Providencia para trasladar esa civilización hasta el «nuevo mundo» de ultramar y defenderlo del cisma en Europa. En ningún país, la fe en aquel Hombre-Dios ha sido tan intensamente reconocida como en España, cuya identidad nacional e histórica es indisociable del cristianismo. Como asimismo ningún país del mundo vive –todavía…– la Semana Santa como aquí, donde las procesiones, con las cofradías acompañando y portando los «Pasos», en especial el Jueves y el Viernes de esa semana, recorren las calles de muchas de nuestras ciudades, en un intenso clima de recogimiento. En una expresión sin parangón de la devoción popular en el mundo.